El año pasado me sentí demasiado gorda como para ponerme el maldito bañador, pero ahora…Con el último aliento de mi pecho incómodamente descubierto, coincido de todo corazón con cada una de las palabras de este ensayo publicado hace algunos años en El Huffington Post:
En Mamás, poneos el bañador, la escritora (que en la fotografía no parece gorda en absoluto, aunque ella siente que lo está, y eso es lo que cuenta) dice:
Me niego a perderme la risa de mis hijos en el agua sólo por mis inseguridades.
Me niego a que la mirada juzgadora de las mujeres en la piscina me impida estar con mis hijos disfrutando del brillo del sol en el agua.
Me niego a que mi imagen influya en la de mis hijos.
Me niego a sacrificar los buenos momentos con mis hijos por unos michelines. […]
Quiero que se acuerden de las piruetas con su madre en la piscina.
Quiero que se acuerden de las luchas de agua juntos.
Quiero que se acuerden de los saltos desde el borde de la piscina a mis brazos.
Quiero que se acuerden de que su madre estaba allí, con ellos.
Esta actitud hace más mella en mí que todas esas consignas de cuerpos positivos que te gritan: “¡SÍ! ¡CLARO QUE TIENES UN CUERPO DE BIKINI! ¡ADORA TU CUERPO INCONDICIONALMENTE! ¡ERES HERMOSA PORQUE ES IMPOSIBLE QUE UNA MUJER NO SEA HERMOSA!”.
Según me comentaba una de mis amigas, en realidad los niños sí se dan cuenta de si estás o no gorda. Lo que pasa es que les da igual, porque estáis en la playa y la playa se supone que significa diversión. Así que, ¿qué le vas a hacer?
El año pasado, en más de una ocasión, me sentí demasiado gorda como para ponerme el maldito bañador. Era superior a mis fuerzas.
Así que me arrastraba desganada hasta el borde del agua porque los niños me imploraban que les acompañara para una de esas batallitas de agua o para que les agarrara cuando saltaban desde la roca… pero yo no podía, porque no tenía puesto el bañador.
Los niños se quedaban con el ánimo desinflado. Aquello no tenía ningún sentido para ellos. ¿Por qué alguien no querría ponerse el bañador en la playa?
Y razón no les falta. Vale que hay adolescentes flacos y alegres en la playa. Vale también que hay otras madres brincando con sus hijos y llevan la misma talla de bikini que los niños. ¡Y no tienen ni marcas de estrías! ¿Pero cómo lo hacen?
Y aquí me tenéis a mí, que peso más ahora que cuando estaba de nueve meses del más pequeño, que ahora tiene dos años. ¿Cómo he llegado a esto?
Pero lo que es más importante, ¿a quién le importa?
Mi lema de este año es: ¿te sientes gorda? Escóndete en el agua. A diferencia de cuando merodeas infelizmente por la arena, nadie te ve cuando estás dentro del agua y, por una vez, te puedes sentir ligera y elegante. ¿Cómo podría negarme un gusto así?
Si insistes en preguntarte qué piensan los demás sobre tu aspecto, entonces dedícate a disfrutar de tu actitud generosa y amable por hacerles sentir tan delgados después de contemplar esos enormes cráteres gemelos que dejas detrás de ti cuando caminas hasta la orilla, como la que carga un saco de piedras, para unirte al concurso de hacer croquetas de arena.
¡Qué encanto de persona eres! Acabas de alegrarles aún más el día, benditos sean sus corazones de talla S.
Ahora en serio. No se trata de poner excusas para no estar sana. No se trata de ser mediocre, tampoco de positividad corporal ni de normalizar la obesidad. Hablamos de permitir que la playa consiga hacer aquello para lo que está diseñada: recordarnos que hay algo más grande que nosotras.
¿Quedarte sentada rebozándote en la arena mientras intentas estirar los shorts y el top para cubrir tus partes más fofas mientras los niños te suplican que te metas en el agua? Es la mejor forma de pasar un rollazo de día.
Si quieres ser atractiva, pásatelo bien. Ríe y sé feliz. Ahí está el atractivo, incluso estando gorda.