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¿Por qué nos avergonzamos de nuestra cruz?

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Leticia Ochoa Adams - publicado el 31/05/16

Jesús murió por nosotros en pleno día, entonces ¿por qué disimulamos nuestras dificultades?

Me hice católica como san Pablo: desde mi encuentro con Cristo, todo cambió. Estaba prometida, tenía cuatro hijos y tres hijastros. Estaba convencida de que, tras mi matrimonio religioso, todos mis allegados notarían los cambios producidos en mi vida y que todos me considerarían católica.

Pensaba que mi conversión sería el comienzo de una vida feliz y que dejaría atrás un pasado caótico. No es exactamente lo que sucedió.

Vivir la adversidad a través de la fe

En realidad, cada crisis nueva aumenta el estrés que ya habían causado las crisis precedentes. Y cada vez volvía el rostro hacia la cruz preguntándome cómo podía haber imaginado que ser católica iba a ser un camino de rosas.

He intentado de múltiples maneras comportarme según la forma que estimo apropiada y procurar que mis seres queridos hagan lo mismo.

Ya no me enfado con Dios, porque he comprendido que esa no es la perspectiva adecuada, pero lo he intentado todo: en un momento de duda, dejé de ir a misa. En otro momento, iba a todas las misas que podía.

He rezado el rosario y las novenas. He hablado con sacerdotes y psicólogos. No hay nada que no haya intentado para tratar de apaciguar “de manera católica” ciertas batallas y dolores recurrentes en mi vida.

Fue así como me di cuenta de que esta lucha es la lucha de los católicos.

La lucha de los católicos

En la mayoría de las historias de santos, parece que los santos nunca hicieron mal alguno.

Pero los santos también son humanos, con su particular lote de conflictos y de pecados. Ser santo no quiere decir que uno ya no sea pecador, sino que ama lo suficiente a Jesús como para presentarse con sus propios errores delante Él.

Así que, ¿por qué tratamos de silenciar nuestros conflictos? ¿Por qué nos dan un sentimiento de vergüenza y de soledad?

Me siento sola en mis batallas. No tengo la impresión de que los otros católicos sufran de la misma forma, con hijos homosexuales, con enfermedades mentales, implicados en actividades ilegales y reacios a asistir a misa. Siento una presión enorme por hacer como si nada de todo eso sucediera.

Cada uno carga con su cruz

No me avergüenzo de ninguno de mis hijos, ni siquiera de aquellos con los que estoy tan furiosa que no consigo analizar la situación con claridad.

Nunca sentiría vergüenza de las batallas que libra mi familia. Son esas batallas las que nos hacen humanos, es nuestro propio camino del Calvario.

Somos el pueblo de la Cruz. No hay ninguna necesidad de ocultar a los otros nuestras penas.

Jesús no murió en la cruz en la penumbra de la noche. Permaneció en la cruz a plena luz del día para que todo el mundo pudiera verle y comprender que la “salvación tiene un precio”. Siempre.

Temo por mis hijos y por mí. Pero soy católica y jamás debería tener miedo a pedir ayuda u oraciones, porque entonces demostraría vergüenza por la cruz que cargo conmigo.

Debo tener plena confianza en mí misma y los demás y tener la valentía de pedir ayuda a otros para llevar mi cruz. Jesús mismo necesitó ayuda para cargar la suya.

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