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¿Cómo mantener la fe en medio de la enfermedad?

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Camille Tronc - publicado el 28/05/16

El testimonio conmovedor frente a una rara enfermedad autoinmune

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Clothilde Aubet es una chica de 15 años que vive en Austria con su familia y va al liceo francés en Viena. Una adolescente normal en todos los aspectos, hasta cierta mañana de octubre en que se presentó la enfermedad: la miastenia, una rara enfermedad autoinmune.

Así comenzó un largo calvario de más de dos años para Clothilde, inmersa en un permanente estado de agotamiento y propensa a sufrir dolores crónicos.

Dos años de estancia en el hospital, de buenas y malas noticias de los médicos. Dos años de lucha contra la enfermedad y por conseguir una vida normal.

Un bac sous perfusion [Un bachillerato con perfusión] es un relato corto en forma de crónica. A pesar de la enfermedad, Clothilde se las arregla para conservar la fe y la esperanza –¡e incluso el buen humor!– a lo largo de sus adversidades.

Este testimonio conmoverá especialmente a aquellos y aquellas que estén soportando una larga enfermedad que, como todo padecer, pone a prueba en primer lugar nuestra fe.

¿De qué forma la enfermedad ha puesto a prueba tu fe?

Clothilde Aubet: Los primeros seis meses, cuando aún no se sabía qué padecía, fueron muy duros en todos los aspectos y, por supuesto, también para mi fe.

Sin embargo, yo nunca puse en duda mi fe por completo. Incluso en el dolor, me parecía inimaginable que Dios no existiera.

Era más una cuestión de rebelión contra la manera en que las personas empezaban a tratarme de repente, viendo mi cuerpo que ya no obedecía o que obedecía mal; pero nunca sentí rebeldía contra Dios.

Fue más como un pequeño “bache” espiritual. Simplemente me preguntaba cuándo intervendría Él.

Y luego, llegó el día en que me dijeron que tenía miastenia, una enfermedad incurable pero que se podía equilibrar con tratamiento.

A partir de ese día, me dije que en realidad Dios había estado conmigo desde el comienzo, incluso aunque no lo sintiera.

Hubo momentos excepcionales en los que, aunque estaba muy enferma, sentía que no estaba sola. Es un sentimiento difícil de explicar, es como si me estuvieran sosteniendo.

A menudo me encontraba pensando en ese poema que cuenta la historia de un hombre que llegaba ante Dios y le reprochaba no haber estado con él en los momentos difíciles.

Dios le muestra entonces que, en el camino de su vida, había dos pares huellas que caminaban juntas por la arena, las del hombre y las de Dios.

Dios le señala entonces todos esos momentos difíciles, durante los cuales las huellas se reducen a sólo un par, y le explica que en esos momentos era Él quien cargaba con el hombre.

Yo sentía que conmigo pasaba lo mismo. De hecho, durante la enfermedad, mi fe ha pasado de ser infantil a ser la de una persona adulta.

Antes, iba a misa, en parte porque creía, pero en realidad nunca me lo había planteado seriamente. La enfermedad ha sido la ocasión de decidir como adulta que yo creo de verdad.

La lectura del texto Salvifici Doloris de Juan Pablo II me ha permitido comprender el sufrimiento acercándome a Dios: sufrir en su carne, acercarme a Jesús sufriendo en la Cruz. El sufrimiento aporta una dimensión nueva.


REFLECTION

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¿El apoyo de tu familia te ha ayudado a afrontar la enfermedad?

Ha sido imprescindible. Su presencia, junto con la de mis amigos, me ha ayudado a no caer más bajo en los momentos más duros.

Ha sido sobre todo gracias al apoyo de mi madre: ella ha estado presente en todas las citas médicas y en todas las hospitalizaciones. Más que nada, ella estuvo ahí para escucharme y consolarme.

Mis hermanas y hermanos pequeños también han sido una gran ayuda, empujando por turnos mi silla de ruedas. También estuvieron ahí para escucharme y, lo que es más, para recordarme las alegrías y los problemas de la “vida de verdad”, de la que la enfermedad nos desconectaba un poco.


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¿Qué consejos darías a otros jóvenes enfermos?

Lo más importante es que nunca se rindan. Hay que conservar la voluntad de luchar contra la enfermedad, ya que sólo tenemos una vida, aunque sea con esta enfermedad.

“Tener una enfermedad” significa aprender a tener paciencia… en primer lugar con uno mismo. Estamos obligados a aceptar nuestros límites.

Después, hay que aprender a ser pacientes con los demás, puesto que su torpeza quizá pueda ayudarnos a sanar.

Es crucial hacer la distinción entre “estar enfermo” y “ser un enfermo”: no podéis permitir que la enfermedad os defina, simplemente está ahí.

Recordad bien que sois fuertes, más fuertes que aquellos que tienen buena salud. Sois fuertes porque sois frágiles, porque habéis aceptado desde el corazón vuestra debilidad y porque os habéis aceptado a vosotros mismos con estas debilidades, de las que habéis aprendido a sacar fuerzas.

¿Y a su familia y allegados?

Para mí la enfermedad fue una manera de descubrir con quién podía contar de verdad. A veces puede que sea decepcionante, pero también me permitió conocer a grandes personas.

Así que para vosotros, seres queridos de los pacientes, puede resultar doloroso ver cómo reaccionan algunas personas con las que pensabais que podíais contar.

Sin embargo, no dudéis en pedir ayuda de forma concreta: un transporte, una visita al hospital, un paseo con el enfermo… Está dentro del alcance de todos y las personas están realmente contentas de poder ayudar

Hay que tener paciencia con los enfermos y, sobre todo, tener tacto. Puede parecer difícil, pero hay que decirles: “Estoy aquí, no dudes en avisarme si necesitas hablar o hacer cualquier cosa”.

Hay que adaptarse a la enfermedad en la vida cotidiana, con las limitaciones necesarias, pero sin dejar de llevar una vida normal.

Entrevista realizada por Camille Tronc

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