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¿Es lo mismo tener compasión que sentir pena por alguien?

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Obvious - publicado el 27/05/16

“No me gustaría estar en tu lugar”: esa frase es la clave

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¿Qué significa tener compasión? El diccionario explica que compasión es piedad, misericordia, duelo, pesar. Compasión, por tanto, es mucho más que el sentimiento de pena de alguien, pues quien tiene pena o siente de arriba hacia abajo. Al sentir pena, nos consideramos mejores y más fuertes que el otro en ese momento.

Más que eso, la pena presupone que el otro es incapaz de reaccionar, de conseguir levantarse por sí solo. Por esto, la actitud de quien siente pena es pasional, pues busca prestar solidaridad al otro sin creer en la fuerza de la persona en dificultad.

Además, quien siente pena tiene en el interior una negación implícita de la empatía cuando declara que no le gustaría estar en el lugar del otro. Eso genera actitudes distanciadas, humillantes y refuerza en el otro la sensación de incapacidad y falta de valor para enfrentar la situación difícil en que se encuentra.

Compasión, por otro lado, requiere empatía hacia el dolor del otro. Y para ser empáticos necesitamos ponernos al nivel del otro, comprender su problema como si fuese con nosotros. Al adentrarnos en el universo de la dificultad de otro con mirada compasiva, automáticamente creemos que existe solución plenamente alcanzable, reforzando la autoestima de nuestro semejante.

Por ello, el individualismo al que gran parte de la humanidad se entrega hace difícil el desarrollo de la compasión. Lo que se ve es una coraza de indiferencia que vestimos para protegernos de los dolores ajenos, insensibles al sufrimiento del próximo. Huimos de la compasión, dejamos de interesarnos verdaderamente por el otro y seguimos en actitudes reforzadoras del ego y de la superficialidad en las relaciones. Todo eso sucede en los hogares, en las empresas, en las escuelas, en las calles, hasta el punto de volvernos fríos y despiadados.

Por encima de la emotividad vacía de la pena, la compasión es la actitud que realiza el socorro del hermano que sufre, en lugar de sólo apiadarse de él. Poco importa si el beneficiado de la compasión no la valore, ni la reconozca o siquiera logre identificarla. Por la práctica de la compasión aprendemos a sacrificar los sentimientos inferiores y a abrir el corazón.

Por tanto, expandir ese sentimiento es dar significado superior a la vida. Cuando somos capaces de participar de los sufrimientos ajenos, los nuestros nos parecen sin importancia y menos significativos. Al repartir la atención con los que están en peores condiciones que nosotros, pierde sentido el tiempo gastado en lamentaciones personales.

La mirada de la compasión puede ser perfectamente ejercitada en nuestro día a día, y nos garantiza a largo plazo un profundo cambio de perspectiva. Al introducirnos en la óptica de la compasión por nosotros mismos, podemos perdonarnos por los errores cometidos y renovar nuestras actitudes sobre nuevas bases. La compasión por el otro lleva a la indulgencia, con la cual reconocemos la falibilidad de todo ser humano, contribuyendo a reducir las expectativas y los rencores en nuestras relaciones. El resultado es menos juicio y más armonía en nuestra vida.

Finalmente, la compasión permite que experimentemos, poco a poco, la verdadera humildad, en la que reconocemos que las virtudes, defectos y limitaciones existen en cualquier ser humano, independientemente de su origen y elecciones. ¡Cuántos descubrimientos y cuanta mejora de los sentimientos pueden partir de una simple, pero decisiva, comprensión del sentido de la compasión!

(Via Obvious/Ana Cristina Sampaio)

Tags:
virtud
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