El WhatsApp puede servirnos para decir cosas bonitas a las personas que queremosSe acaba este mes de mayo, este mes de María. En la fuerza del Espíritu Santo. A la luz de ese Dios Trino que viene a tomar morada de mi corazón inquieto. Quiero poner de nuevo mis ojos fijos en el corazón de María. Quiero mirarla a Ella. Es tan fácil olvidar los gestos de amor, tan sencillo quedarme en un amor de cabeza…
Me gustaría mirar a María como la miró José Engling. Él fue uno de los primeros congregantes enamorados del Santuario de Schoenstatt, uno de los primeros hijos espirituales del padre José Kentenich.
Rezaba José Engling en una ocasión: “Querida Madrecita, a ti te ofrezco todo lo que soy y poseo, mi cuerpo y mi alma, con todas sus facultades, todos mis bienes, mi libertad y mi voluntad. Quiero pertenecerte enteramente. Soy tuyo. Dispón de mí y de lo mío como quieras. Madre, haz de mí lo que tú deseas. Nada quiero pedirte. Solamente déjame que te quiera y te honre para siempre”.
Había consagrado su vida a María. Lo había puesto todo en sus manos. Ya nada temía. Cuando uno lo entrega todo a Dios, no retiene nada en sus manos. Cuando uno se vacía por entero, ya no teme perder nada.
Es fácil vivir con angustias y miedos cuando tememos perder la vida, cuando tememos que nos quiten lo que poseemos y nos da seguridad.
José era un hijo fiel de María. Sabía que el amor que no se cuida se pierde y el amor que no se cultiva se apaga. El amor que no se da, se agria. Sabía que le pertenecía por entero a Ella.
Por eso le entregaba con alegría sus flores de amor. Le entregaba su vida como signo del amor que le tenía. Escribía en una ocasión: “Nuestro trabajo debe ser hecho como un servicio a Dios; todos nuestros actos deben manifestarse como una pertenencia de Dios”.
Él se sentía entera posesión de María. Y quería decirle todos los días cuánto la quería.
¿Qué flores le he traído yo a María a lo largo de este mes? Flores de amor de hijo. Locuras de amor por María. Mi servicio, mi entrega, mi amor pequeño y frágil.
El otro día leía: “Quien conoce el bien que debe hacer y no lo hace es culpable”. Santiago 4, 17.
El bien que puedo hacer. Son mis flores. Es mi amor. Entrego mi amor y mis caídas, mis errores. Mi pecado. Mi anhelo de santidad. Mi lucha por ser fiel cada día.
A veces nos pasa que no cuidamos nuestra relación con María y se enfría. Pequeños detalles de amor. En lo humano descuidamos nuestros vínculos.
El WhatsApp a veces nos esclaviza, es cierto. Pero también puede ser una forma sencilla de decir cosas bonitas a las personas que queremos.
¿Cómo cuido el amor cotidiano? ¿Cómo regalo flores de amor en lo humano? Si no lo hago con aquellos a los que veo, con los que convivo. ¡Cuánto más difícil hacerlo con María, con Dios!
Quiero cuidar mi relación con María. Cuidar el amor que un día sellé en forma de alianza de amor. Sentirme hijo en sus manos de Madre. Entregarle todo por entero.
Una persona rezaba: “Querida María, quiero vivir de fe para darme por entero. No quiero dudar. Me necesitas con todas las personas. Te doy mi pequeñez, esa que me duele y que no me atrevo a reconocer. Ayúdame a entender, hazme receptora fiel del Espíritu. No me dejes sola nunca más”.
Quiero ser su instrumento. Quiero ser dócil a sus deseos. Quiero sentirme amado en lo más profundo por su amor cálido.
Quiero entregar mis flores como un niño pequeño arrodillado a los pies de su imagen. Como un niño frágil que ha experimentado en su vida un amor inmenso, protector, un amor de Madre y no quiere volver a sentirse solo.
No quiero dudar ni temer. Quiero entregarle todo lo que soy y tengo. Hoy renuevo ese amor a María. Ella me conduce a lo profundo del corazón de Dios Trino. Es ese remolino que no me deja tranquilo hasta que me lleva a lo más hondo del corazón de Dios.
Decía el Padre Kentenich: “Mientras pertenezcamos a María podemos estar seguros de que llegaremos con toda certeza a un ardiente amor al Redentor y a la Trinidad”[1].
Mi amor a María me lleva a amar más a Dios Trino. Soy entera propiedad de Dios.
[1] J. Kentenich, Charla a las Hermanas, 1947