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Cómo cambio cuando tengo a Dios

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/05/16

Él saca la mejor versión de mí

No entiendo cómo he podido vivir sin llevar a Dios dentro como en un sagrario. Cómo he podido meterlo sólo en un rato, en un día. Él llena la sed de toda mi historia, llena las fuentes de mis dones, sana mis carencias de amor, saca lo mejor de mí.

Lo hace el Espíritu de Dios. Saca la mejor versión de mí. Inspira mi alma, me hace creativo, habla con sus palabras en mis labios, toca con sus manos en mis manos. Me hace de nuevo. Me recrea.

Ojalá pueda siempre escuchar las sugerencias de Dios y hacerlas normas de mi vida. A veces no es lo más lógico, lo que más me cuadra, lo más habitual. Pero siempre su amor me dará vida, me sacará de mí como hizo ese día con los apóstoles.

A ellos los cambió para siempre. A mí también puede hacerlo. Un antes y un después. Los apóstoles cambian por dentro, reciben el aliento de Jesús, el amor del Padre, el Espíritu, se vuelven valientes. El Espíritu llenó su casa, su alma, su vida, y todo fue diferente.

Antes estaban vacíos. Sin Jesús, vacíos. Su corazón estaba anhelante. Aguardaron. Pentecostés los encontró anhelantes, unidos orando con María, en vigilia. Jesús había vivido a su lado y se sintieron amados, y lo amaron. Pero seguían siendo los mismos, hasta hoy.

Jesús aún no habitaba en su alma. Desconocían la fuerza que podían llegar a tener en su interior si creían, si perseveraban. Si tenían a Jesús podrían hacer milagros. Pero sin Jesús se sentían débiles, pequeños, desvalidos. Jesús cumple su promesa y vuelve, y se queda en ellos para siempre. No los deja solos.

Llega en su Espíritu. Nunca más voy a estar sin Él. Dios me transforma por dentro. Ya nunca más volveré a esconderme de Él, de los hombres.

Es necesario ser transformado para poder cambiar a otros. Decía el Padre José Kentenich: Reformaré la comunidad en la medida en que me reforme a mí mismo”[1]. Y así, restaurado, reformado, todo cambia.

Quizás fue necesaria la ausencia de Jesús para que madurara la tierra de su corazón. Desde ese día, se hicieron como Jesús, amaban como Jesús, curaban como Jesús, hablaban del amor de Dios Padre como lo hizo Jesús. El Espíritu modeló desde dentro su corazón en el molde de Jesús.

Eso hace hoy conmigo. Llena mi alma. ¿Me lo creo? ¿Imploro el Espíritu Santo? ¿Qué dones he pedido hoy? Dios puede llenar mi alma si yo le dejo. ¿Se lo pido?

Sin su presencia mi alma está muerta, seca, baldía. Con Él todo empieza de nuevo y me convierto en una nueva persona. Una nueva creatura. Me hace de nuevo con la fuerza de su amor. Ilumina mi oscuridad. Endereza lo torcido. Riega mi alma árida. Reconduce mi camino. Aplaca mi sed. Calma mi violencia. Levanta mi tristeza. Da calor a mi vida. Sana mi enfermedad. Alegra mi mirada.

Cambia mi vida para siempre y pone en mi boca sus palabras. Ya nada temo. Confío. Ya nada me falta. Jesús vive en mi alma. Y yo descanso.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

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