El papá del joven poseído por un demonio era como muchos de nosotros…Las palabras se le escaparon de la boca. Malluch se acercó a Jesús apenas lo vio y le pidió que curara a su hijo. Quería dulcificar la petición añadiendo algo del estilo “si eres tan amable” o “si no te importa”. No quería parecer muy exigente. Al final dijo “si puedes”.
Apenas lo dijo, Malluch entendió que sus palabras traicionaban una falta de confianza. Su hijo estaba poseído por un terrible y poderoso demonio que lo privaba de la palabra y a menudo le hacía tener convulsiones. Su hijo se contorsionaba tan violentamente que dos hombres apenas lograban retenerlo.
Los rabinos y los sacerdotes habían orado por su hijo sin éxito. El demonio venía de un lugar muy oscuro. Malluch no estaba siquiera seguro de que Dios pudiera derrotar el mal que escondía.
Malluch obviamente no pretendía poner en discusión a Jesús. Sabía que él había hecho cosas extraordinarias y que quizá habría podido ayudar a su hijo, pero apenas empezó a hablar con Jesús sus miedos volvieron a surgir.
El demonio había poseído al hijo y lo aplastaba en el suelo. El padre se arrodilló para buscar consolarlo y comenzó a sentirse nuevamente impotente y desesperado.
“Si puedes”, le salió. Jesús reconoció la desesperación de Malluch y sus dudas y lo reconfortó. “Todo es posible para quien cree”, dijo Jesús.
Malluch lo miró y le respondió con palabras tan astutas y sinceras que desde entonces resuenan entre los fieles: “Creo, ayúdame en mi incredulidad”.
Malluch reconoció que creía y dudaba al mismo tiempo. Era un hombre de fe, siempre lo había sido. Se dirigía a Dios en los momentos problemáticos y confiaba en que custodiaba a su familia, sus vecinos y sus amigos.
Malluch le hablaba a Dios de su vida y escuchaba lo que Dios tenía que decirle. Estaba agradecido con Dios por sus muchas bendiciones y buscaba servirlo como podía. Malluch creía.
Al mismo tiempo, tenía miedos y dudas. No quería reconocerlo, pero dentro de sí se preguntaba si Dios habría podido realmente curar a su hijo de su sufrimiento.
Malluch quería que su fe fuera más fuerte; quería que sus dudas disminuyeran. Sabía que no podía hacer desaparecer esas dudas solo y, por lo tanto, le pidió ayuda a Jesús.
Muchos de nosotros nos parecemos mucho a Malluch. Tenemos fe. Esperamos en Dios y nos dirigimos a Él en los momentos difíciles. De vez en cuando le ofrecemos una oración tranquila y sentida.
Al mismo tiempo, nuestra fe no es fuerte como quisiéramos. Nos distraemos fácilmente con cosas mundanas y no nos dirigimos a Dios lo que deberíamos.
Y en el fondo tenemos dudas. Ponemos en discusión la capacidad de Dios de salvar nuestro mundo roto. Nos desanimamos por todo el mal y la muerte que constatamos.
Haremos bien en seguir el ejemplo de Malluch. Reconocer con gratitud la fe que tenemos, un signo de que Dios está trabajando en nuestra vida. Al mismo tiempo, reconocer que nuestra fe es frágil y que no podemos reforzarla solos. Pedir a Dios que nos ayude con nuestra incredulidad.
Jesús dijo a menudo que no podía ayudar a alguien que no tuviera fe. Dios no puede entrar en la vida de alguien sin una apertura, pero esta no tiene que ser por fuerza grande.
Como dijo Jesús en otra ocasión, sería suficiente la fe de un grano de mostaza. Jesús logró curar al hijo de Malluch ese día a los pies de la montaña. La fe de Malluch ofreció una apertura suficientemente amplia. Dios puede trabajar también en nuestra vida.
Nota del autor: Esta es una reflexión sobre uno de los personajes menos sobresalientes que aparecen en las lecturas de la misa extraídas de las Escrituras. Pienso que podemos aprender algo de estos personajes. Sigo las indicaciones de san Ignacio de Loyola de usar mi imaginación para introducir algunos detalles de la historia. Con este objetivo he dado un nombre al personaje, que en la narración bíblica no es nombrado.
Padre Dan Daly, S.J., es un jesuita de la Provincia Central y Meridional de los Estados Unidos. Ex profesor de Contabilidad y Economía en el Boston College y la Regis University, ahora es tesorero provincial. Ha guiado y predicado en misas estudiantiles y parroquiales por muchos años.