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CINE CLÁSICO: Harry, El Sucio: el origen de muchas cosas buenas

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Jorge Martínez Lucena - publicado el 08/05/16

El antihéroe más famoso de los 70, que crearía el mito Clint Eastwood

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Hoy en día estamos muy acostumbrados a los protagonistas que no encarnan la virtud. En 1971, sin embargo, la cosa no era tan normal. De la mano del estilo serie B, violento y macho del inigualable Don Siegel, Harry Callahan fue un buen banco de pruebas de lo que con los años se ha convertido en una constante de los nuevos héroes de ficción.

A este icónico policía que patrulla las calles de San Francisco le debemos una cierta tradición antiheroica que se ha convertido en masiva, y que se plasma en muchas queridas perlas de la posmodernidad como Pulp Fiction (Tarantino, 1994), L.A. Confidencial (Curtis Hanson, 1997), Insomnio (Christopher Nolan, 2002) o Una historia de violencia (Cronenberg, 2005). La misma tónica que ha sido inmortalizada por la nueva hornada de series del siglo XXI, encabezadas por títulos del género noir como The Wire (2002-2008) o The Shield (2002-2008), herederas de aquella Canción triste de Hill Street (1981-1987), que se proyecta todavía en mis recuerdos adolescentes.

Además, Harry El Sucio es el personaje por el que Clint Eastwood pasará a la historia del cine. No sólo por la reincidencia de las sucesivas secuelas – Harry El Fuerte (1973), Harry El Ejecutor (1976), Impacto Súbito (1983) y The Dead Pool (1983)-, sino porque, pese a ganar Óscars –honorífico, por dirección y mejor película-, su Inspector Callahan se ha convertido en un arquetipo masculino muy reutilizado en el género policíaco en general. Un papel que, por si fuera poco, y pese a la breve flexión interpretativa del actor en Los puentes de Madison (1995), es la mismísima máscara de todos y cada uno de los personajes que se han sucedido en la enjundiosa carrera interpretativa de Eastwood, desde el mítico Sargento de Hierro (1986) hasta el nihilista William Munny de Sin Perdón (1992).

Don Siegel, que fue también el director de una muy querida película como La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), precursora de las posteriores obsesiones zombi de G. Romero, consigue en Harry el Sucio hacer eterno un personaje típico de su cinematografía, casi siempre de género. Harry Callahan no está dibujado con precisión. Es más bien un garabato impresionista. Pero funciona, más allá de todas las novísimas consideraciones de género que muy probablemente lo considerarán poco menos que un recalcitrante republicano.

Es un tipo duro, amigo de su magnum 44 y poco amante de la democracia procesal. Un justiciero dispuesto a limpiar las calles de chusma y delincuencia, aún a costa de saltarse la ley. “Alégrame el día” se convierte en su hierático grito de guerra. Todos lo hemos entonado en algún momento para hacernos los chulos. Él se encarga de velar por los ciudadanos de la urbe, de protegerlos de los asesinatos y violaciones de un asesino en serie llamado “Scorpio”, que consigue escapar en primera instancia de la prisión debido al poco respeto de Callahan a la ortodoxia en el procedimiento policial. Sin embargo, ningún criminal puede zafarse de Harry alegando fruslerías legales sin convertirse en su objetivo y ser abatido. La película es sencilla. Consiste únicamente en ver cómo va a acabar ganando un bueno que no es bueno pero que, gracias al malévolo antagonista, te acaba pareciendo bueno.

Guste más o menos el género, Harry El Sucio es una de esas insospechadas emancipaciones de un producto de la cultura pop de quiosco hacia los clásicos del cine. Por eso perderse este filme no es baladí. Sin él te despistas del origen de cosas muy buenas.

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