En nuestra anterior entrega (o como dicen en los inicios de capítulo de las series USA, “previously…”) dejamos establecido que “Los Soprano” tomaba los referentes clásicos de películas de la mafia italoamericana, los digería sin especial delectación en el sabor, sino llevada por lo superficial del aspecto (estos mafiosos son muy de comer más por los ojos que por la boca) y, tras una digestión no demasiado reposada, se actualizaba el cliché con mafiosos de suburbio que visten chándal, tienen problemas con la actitud de sus herederos, ven como sus mayores no parecen querer jubilarse y dejarles las manos libres. Y en el caso del protagonista, sucumbe a una serie de ataques de pánico hasta el punto de iniciar un tratamiento de psicoanálisis.
Quizá como trasunto de la saga cinematográfica de mafia italoamericana por excelencia, “El Padrino” (Francis Ford Coppola, 1972), que en su segunda parte regresaba a los orígenes en Italia de los personajes ya inmortalizados por la primera película, esta segunda temporada también supone un “regreso a la cuna”, un “regreso a la terapia” (tras un abandono temporal por parte de Tony Soprano de sus visitas a la consulta de la doctora Melfi) y como añadido metarreferencial, vivimos el vivo interés de uno de los parientes del protagonista, su sobrino Cristopher, en convertirse en el autor de la novela definitiva sobre la mafia italoamericana. Documentación y experiencias de primera mano no le van a faltar.
Esta segunda temporada supone sin duda alguna la consolidación de “Los Soprano”, no solo por saber hacer suyos los mencionados clichés que ya constituían todo un catálogo temático en la mencionada saga de “El Padrino”, sino porque asume una identidad propia que consigue por un lado abrirle el merecido hueco que desde entonces ostenta en el reñido olimpo de las grandes series dramáticas de televisión (junto a otras indiscutibles obras maestras como “The Wire”, “El ala oeste de la Casa Blanca”, “Breaking Bad”, “Mad Men”, “House of Cards”…) y por otro en el momento de su emisión original en la cadena HBO (año 2000) logró convertirse en la “niña mimada” de las series tanto en éxito de público como en acogida por los críticos como en la obtención de premios (18 nominaciones en los Emmy de ese año).
Hasta entonces las series más exitosas oscilaban entre el culebrón hospitalario de “Urgencias” y la trama policíaco-conspiranóica de “Expediente X”, por lo que la novedad de un drama que ahondaba en la psique de un capo de la mafia suponía una estimulante propuesta que, de hecho, iniciaba una cierta corriente de series que indagaban en los entresijos de las motivaciones de un hombre en crisis como trasunto quizá de la crisis de toda una sociedad, con ejemplos ya citados (“Breaking Bad”, “Mad Men”…), claro que aderezarlo con el siempre atractivo trasfondo del crimen organizado añade un aliciente extra al espectador.
Y si a los elementos ya consuetudinarios añadimos la explosiva mezcla de la relación entre Janice, la hermana algo desequilibrada de Tony Soprano, y el recién salido de la cárcel Richie Aprile (incapaz de soportar el ascenso en el escalafón de Tony) la bomba de relojería ya tiene carga, mecha, iniciador y un reloj haciendo tic-tac.
Y esto sólo en la primera temporada. Aún nos quedan otras cuatro que seguiremos desgranando en próximas entregas.
Hoy celebramos a...