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Papa Francisco: Si Dios mismo ha llorado, sé que se me comprende

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 05/05/16

En el Vaticano, tres impactantes testimonios de fe en una vigilia de oración por los que sufren “Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende”, dijo el papa Francisco, que presidió la vigilia de oración con todos aquellos que tienen necesidad de consolación. “Enjuagar las lágrimas”, ha sido el significado de este evento especial del Jubileo de la Misericordia este jueves 5 de mayo a las seis de la tarde en la Basílica de San Pedro.

“El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos”, reveló.

La oración, bálsamo para enjuagar las lágrimas

“La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento -sostuvo Francisco-. En el momento del desconcierto, de la conmoción y del llanto, brota en el corazón de Cristo la oración al Padre”.

“En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo.…. En esos momentos: ¿necesitamos a alguien que se apiade de nuestro dolor?”, interpeló.

Delante de la tristeza y las lágrimas de tantos rostros de niños, de abuelos, de madres, el Pontífice exhortó a invocar “la consolación de Dios”. “Necesitamos de la razón del corazón”, explicó.

“En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo que significa llorar”, recordó Francisco, hablando de la inmensa conmoción de Jesús hasta llegar a las lágrimas por su amigo Lázaro, el dolor de la traición de Judas, la negación de Pedro.

En la Basílica vaticana resonaron las voces de tres testimonios. Oración e historias de vida, bañadas de lágrimas y secadas por la fe pausaron cada momento hasta la intensa oración del papa Francisco por aquellos que necesitan consolación. (Ver texto completo abajo).

La familia que llora a un hijo suicida

La familia Pellegrino contó el drama del suicidio de su hijo Antonio, de 15 años. La madre, el padre y el hermano comentaron que no entendían la tragedia hasta que la fe les dio nueva esperanza y consolación. Se alternaron momentos de lectura del evangelio.

La familia perseguida por su fe

Luego fue el turno de Felix Qaiser, un refugiado político en Italia, periodista pakistaní, miembro de la minoría católica, que tuvo que escapar del país asiático para salvar a su familia.

El contexto era “violencia, persecución y abuso de la ley anti blasfemia, arma política contra las minorías no musulmanas”, reconoció.

“Nuestros hermanos cristianos necesitan de nuestra ayuda, estoy aquí para testimoniar su sufrimiento y la misericordia de Dios”, añadió Qaiser, padre de dos jóvenes que crecen lejos del odio religioso en un país extranjero, Italia.

La madre que llora y pide la conversión de sus hijos

Maurizio Fratamico y su hermano gemelo Enzo hablaron de la conversión en la juventud, que pasó a través de las lágrimas de sufrimiento de su madre.

Un encuentro les cambió la vida. Dinero, sexo y fama no aplacaban su corazón. “Me sentía sólo, vacío no amado….lejos de Dios y de la Iglesia”, contó Maurizio.

“Mi mamá siempre rezó por mí y mi hermano….mi hermano gemelo vivió las mismas experiencias… no siempre nos llevábamos bien”.

En África buscaba la felicidad en una playa y preguntaba a Dios si existía. De regreso a casa su hermano Enzo le abrazó para contarle que encontró el amor de Dios. “Nos fundimos en un abrazo y rezamos un padrenuestro juntos”.

“Jesús, ¿quiero aprender a amar?”, pidió Maurizio. “Quiero un gozo más allá de los centros turísticos”. El servicio a los drogodependientes y el apoyo de una comunidad le sirvieron para encontrar ese amor.

Le pedí a Jesús: “Ayúdame a ser menos tímido al hablar de mi fe…y hoy el milagro del abrazo con el papa Francisco”, comentó.

El papa Francisco dejó un mensaje de esperanza. “El poder del amor transforma el sufrimiento en la certeza de la victoria de Cristo, y de la nuestra con Él, y en la esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para siempre el rostro de la Santa Trinidad, fuente eterna de la vida y del amor”.

A continuación el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

Hermanos y hermanas:
 Después de los conmovedores testimonios que hemos oído, y a la luz de la Palabra del Señor que ilumina nuestra situación de sufrimiento, invocamos ante todo la presencia del Espíritu Santo para que venga sobre nosotros.

Que Él ilumine nuestras mentes, para que podamos encontrar palabras adecuadas que den consuelo; que Él abra nuestros corazones para que podamos tener la certeza de que Dios está presente y no nos abandona en las pruebas.

El Señor Jesús prometió a sus discípulos que nunca los dejaría solos: que estaría cerca de ellos en cualquier momento de la vida mediante el envío del Espíritu Paráclito (cf. Jn 14,26), el cual los habría ayudado, sostenido y consolado.

En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo.

Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros. Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado.

Miramos a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando encontrar a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. La mente se llena de preguntas, pero las respuestas no llegan.

La razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que experimentamos y dar la respuesta que esperamos.

En esos momentos es cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.

Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos. Cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo.

Las más amargas son las provocadas por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres, de niños…

Hay ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del sol y que apenas consiguen ver el alba de un nuevo día.

Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos (cf. Is 25,8; Ap 7,17; 21,4).

En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo que significa llorar por la pérdida de un ser querido.

Es una de las páginas más conmovedoras del Evangelio: cuando Jesús, viendo llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro, ni siquiera él fue capaz de contener las lágrimas. Experimentó una profunda conmoción y rompió a llorar (cf. Jn 11,33-35).

El evangelista Juan, con esta descripción, muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos compartiendo su desconsuelo.

Las lágrimas de Jesús han desconcertado a muchos teólogos a lo largo de los siglos, pero sobre todo han lavado a muchas almas, han aliviado muchas heridas.

Jesús también experimentó en su persona el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de su amigo Lázaro.

Jesús “no abandona a los que ama” (Agustín, In Joh 49,5). Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende.

El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos.

Ese llanto enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas.

Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo.

El llanto de Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en él. Como él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar.

En el momento del desconcierto, de la conmoción y del llanto, brota en el corazón de Cristo la oración al Padre. La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento.

También nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza.

Jesús, junto a la tumba de Lázaro, oró: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre” (Jn 11,41-42). Necesitamos esta certeza: el Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda.

El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las personas que hemos amado.

Lo recuerda el apóstol Pablo con palabras de gran consuelo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […] Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35.37-39).

El poder del amor transforma el sufrimiento en la certeza de la victoria de Cristo, y de la nuestra con él, y en la esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para siempre el rostro de la Santa Trinidad, fuente eterna de la vida y del amor.

Al lado de cada cruz siempre está la Madre de Jesús. Con su manto, ella enjuga nuestras lágrimas. Con su mano nos ayuda a levantarnos y nos acompaña en el camino de la esperanza.

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Gallería fotográfica de la vigilia

Fotos: © Antoine Mekary / ALETEIA

 

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