Fue en agosto de 2013 cuando la Conferencia Episcopal japonesa presentó un informe de aproximadamente 400 páginas, con todos los documentos necesarios para la causa de beatificación de Takayama Ukon, un daimyo (esto es, un señor feudal japonés) del siglo XVI que prefirió perder sus territorios y privilegios antes que renunciar a la fe católica que había abrazado a los doce años de edad. Y fue en enero de 2016 cuando el Papa Francisco firmó el decreto de aprobación de la causa.
Takayama Ukon (o Don Justo Takayama, el nombre que asumió al ser bautizado) nació para ser el heredero y señor del castillo Sawa, en la provincia de Yamato. Su padre, el señor Tomoteru –un hombre de profundas inquietudes religiosas- habría llevado al castillo a un jesuita, Gaspare Di Lella, para debatir con él las virtudes del budismo y del cristianismo. Corría el año de 1564, y ya habían pasado quince años desde la primera vez que un barco portugués habría llegado a Japón, con algunos jesuitas pertenecientes a las misiones de San Francisco Javier.
Justo y su padre, bautizado con el nombre de Darío, lucharon sirviendo al señor Nobunaga, quien les permitió ser “Kirishitan Daimyo”, esto es, señor feudales cristianos, con derecho a practicar libremente su fe y propagarla si así lo deseaban. Muchos de sus compañeros samurai, lo mismo que sus súbditos, se convirtieron al catolicismo.
Sin embargo, el sucesor de Nobunaga, Totoyomi Hideyoshi, el gran unificador del Japón, prohibió el cristianismo y expulsó a los misioneros. Muchos “Kirishitan Daimyo” obedecieron la orden y apostataron, pero Takayama prefirió abandonar su título, posición y posesiones. El 8 de noviembre de 1614 sería exiliado en Filipinas, junto a otros 300 cristianos japoneses, donde sería recibido por los jesuitas españoles.