Una reflexión interesante sobre el sufrimiento humanoQuien tiene un poco más de “experiencia”, por no decir de edad, logra aún recordar el ardor que provocaba el mertiolate, un antiséptico para las heridas.
Yo, de travieso, me raspaba continuamente las rodillas, codos y cualquier otra parte que lograse herirme, y no se qué era peor, si el dolor de la herida o el ardor del mertiolate.
Aún puedo oír decir a mi madre que si ardía estaba bien porque quería decir que estaba matando las bacterias…. No soplaba nunca, y en aquella época lo consideraba sádico aunque hoy se que era algo sabio, porque cuando se sopla sobre una herida se puede infectar aún más con las bacterias presentes en la boca.
En fin, caer dolía, y luego venía el ardor.
Con el tiempo, el mertiolate creó una fórmula que no ardía. No ardía.
Estamos educando a una generación que no sabe lo que es el ardor, el hambre, la sed, la espera, la paciencia.
En la bolsa llevamos un kit completo compuesto de agua, galletas, celular, tablet, cuaderno, lápiz, analgésicos. Nuestros hijos no pueden esperar.
¿Esperar media hora, cuarenta minutos por una comida? ¡Nunca! ¿Diez minutos por un poco de agua? ¡No!
No podemos ir a los restaurantes que no tengan espacio para niños porque no soportarían quedarse.
¿A quién estamos educando?
Nuestras esperas fueron positivas, y todavía hoy la vida nos enseña a esperar.
En este preciso momento estás seguramente esperando algo: un tratamiento, una promoción, una llamada de teléfono, comprar una casa, un coche, un viaje, un embarazo, un novio, algo. Estás esperando. Y tu madre no tiene en la bolsa la solución a tus problemas…
Los niños deben y pueden esperar.
Nosotros, como padres, tenemos el deber de enseñarles a esperar porque debemos prepararlos para la vida como es realmente.
El niño tiene una necesidad, se vuelve molesto, no tenemos paciencia y les damos lo que quiere. Cualquier cosa.
¿Ferrari? ¿París? ¿Gucci? Cualquier cosa para que deje de hacer berrinches.
Y así nuestra escasa resistencia a las peticiones de los hijos nos lleva a equivocarnos.
Ya nada arde. Ni siquiera el mertiolate.
En realidad, todo sigue ardiendo – sólo que les damos a nuestros hijos la falsa sensación que no arde nada, que todo es de inmediato.
¿Es esto que queremos enseñar?
Piénsalo