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Contra la interpretación: Nostalgia zombi

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Hilario J. Rodríguez - publicado el 22/04/16

El uso de los muertos vivientes ha pasado de ser un caso aislado a una nueva forma de crítica social

La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968, George A. Romero) se centraba en un pequeño grupo de supervivientes intentando organizar la defensa de una vieja casa de campo mientras afuera una silenciosa multitud esperaba el momento oportuno para atacar y devorarles.

Generación Z se centra en un pequeño grupo de visitantes en el parque temático The Rezort, donde las atracciones consisten en diferentes formas de matar a zombis, años después de haberse sofocado una plaga que casi acaba con la humanidad. Los muertos vivientes de la primera no parecen tener prisa aunque estén hambrientos; los zombis de la segunda son prisioneros y también tienen hambre aunque parezcan dejarse matar dócilmente. Entre unos y otros, la realidad ha dejado de ser una pesadilla y se ha convertido en una atracción.

Cuando George A. Romero rodó su película, dio vida a unas criaturas carentes de propósitos, que testimoniaban algo inquietante con su presencia, algo que en el fondo podía ser cualquier cosa, quizás el clima social de la época, a finales de los sesenta, una década envuelta en mil turbulencias. Steve Barker, por su parte, no ha querido quedarse atrás y ha dicho en varias entrevistas que en el fondo sus zombis representan a los refugiados que ahora mismo sacuden nuestras conciencias a diario.

Hemos pasado, por tanto, de seres aislados social y emocionalmente, a representaciones. Ese salto de lo abstracto a lo concreto, de la expresión personal a la expresión ideológica, de la alegoría perturbadora a la denuncia flagrante, es un salto que nos lleva de imágenes que piensan a imágenes que nos piensan.

Las de La noche de los muertos vivientes las podemos situar nosotros no solo en su contexto histórico sino también en nuestro contexto vital, pero las de Generación Z parecen tener un carácter programático ante el cual no nos queda más que asentir o disentir. De algún modo, es como si de víctimas hubiésemos pasado a ser verdugos. Hemos hecho un viaje de una visión post ideológica a una visión comprometida, no para proponer una evolución sino más bien una involución en la historia del cine. Ya no pretendemos deshacernos de herencias pasadas, queremos adherirnos al presente. Los muertos vivientes se llaman ahora zombis, los cuerpos se han convertidos en personajes de la mini serie Una visita a la miseria de los demás, y la situación indeterminada, sin principio y sin final, ha dado paso a una historia edificante, con presentación, nudo y desenlace.

Parafraseando a Jean-Luc Godard, de las imágenes únicas de La noche de los muertos vivientes desembocamos en las de Generación Z, que son únicamente imágenes. Unas se rinden ante las leyes narrativas y las otras solo se sirven de ellas; unas exploran temas y las otras exploran formas; unas pretenden hacernos entender y las otras se conforman con ayudarnos a percibir.

George A. Romero planteó con sus películas sobre muertos vivientes un paisaje de Estados Unidos durante su desplome. Todos los estamentos sociales se desmoronan a lo largo de La noche de los muertos vivientes, Zombi (Dawn of the Dead, 1978), El día de los muertos (Day of the Dead, 1985), La tierra de los muertos vivientes (Land of the Dead, 2005) y Diary of the Dead (2007). Desde la familia hasta el ejército, pasando por la religión o la política, el paisaje norteamericano en sus películas se vacía más y más, enfrentando a sus personajes al resultado de las contradicciones de su propio país.

Los estadounidenses parecen haber creado sus peores amenazas, condenándose además a una total desprotección en cuanto necesitan encontrar un refugio. Sus casas entonces no les sirven de nada, tampoco sus centros comerciales o sus bases militares; su cultura se viene abajo y deja de encubrir el vacío absoluto. El precario machismo que los caracteriza es socavado de forma despiadada, igual que otras mitologías típicamente estadounidenses, como el culto a las armas, los coches, las motos, el consumismo, la lealtad… Al país le falla su dialéctica, que enmudece a lo largo de la década de los sesenta en las películas de directores como Monte Hellman o Andy Warhol. Son los años de un cine casi metafísico donde el silencio recupera el estatus que tenía en los tiempos del cine mudo.

Generación Z, en comparación con todo lo anterior, es una película parlanchina en la que todo se nos explica por si de ese modo puede manipularnos. Sabemos, por ejemplo, que Melanie (Jessica De Gouw) va a The Rezort a entretenerse matando zombis porque cuando era pequeña vio cómo éstos devoraban a sus padres, y necesita superar sus traumas. Con un sentido muy americano de la existencia, quiere venganza aunque al final mate zombis solo para sobrevivir, cuando alguien piratea los sistemas informáticos que mantienen la seguridad en el parque y se produce el desmelene esperable.

La gracia de todo esto, si la tiene, no nos la proporcionan las carreras, nos la proporcionan la visión nihilista de las ONGs, tan inflexibles como cualquier partido político y tan imbéciles como para empeorar las cosas cuando en realidad pretenden estar liberando a los oprimidos de los opresores, sin atenerse a las posibles consecuencias; la gracia nos la proporciona que en películas así los activistas mueren por memos. Y también nos la proporciona que, pese al saboteo de los sistemas de seguridad del parque, el ejército está preparado para borrar la isla donde tiene lugar la historia con un bombardeo indiscriminado, del que si por el alto mando fuese no se libraba nadie.

George A. Romero decía, refiriéndose a La noche de los muertos vivientes, que en ella “lo más terrorífico es el hecho de que nadie se comunique con sus semejantes, que todos vivan aislados en su propia versión del mundo porque todos están en mayor o menor medida enfermos”. Sus personajes apenas cobran protagonismo aunque todos muestren rasgos reconocibles. No pasan de ser estereotipos, gente irreal moldeada por una sociedad donde apenas existen diferencias entre sus ciudadanos, reducidos a una existencia sin rumbo, meramente alimenticia, como la de los muertos vivientes. Hermanos y hermanas se devoran; hijas y madres siguen el mismo destino… La arbitrariedad absoluta es el único referente para establecer relaciones entre la realidad y quienes la pueblan.

La noche de los muertos vivientes tuvo que fracasar primero en Estados Unidos, triunfar luego en Europa, para finalmente encontrar una segunda oportunidad en su país, convirtiéndose a partir de ese momento en un clásico. A su lado, Generación Z es una enciclopedia viviente del género, que lo ha leído y visto todo, por eso no es verdaderamente una película sino más bien un pastiche, un juego de cortar y pegar en el que todo vale y nada duele.

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