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Cegados por el sol: Crimen y (falta de) castigo

Tonio L. Alarcón - publicado el 22/04/16

Adapta un filme de culto de Jacques Deray, pero llevándoselo al terreno excesivo, muy personal, de su director, Luca Guadagnino

Tal y como Jacques Deray y Jean-Claude Carrière enfocaron la adaptación de la novela de Alain Page en la que se basaba La piscina, casi podría decirse que intentaron elaborar una continuación espiritual de A pleno sol. No tanto por el protagonismo, casi una década después de aquélla, de Alain Delon, sino porque su manera de abordar el crimen, así como sus consecuencias morales –o más bien la falta de ellas–, estaba muy influenciada por la literatura criminal de Patricia Highsmith.

Tras la elegancia y la frialdad de comportamiento de sus protagonistas, latía una noción del asesinato como forma de rebeldía contra las normas establecidas, lo cual encaja con la filosofía de gran parte de los personajes principales de la escritora británica.

Algo que Luca Guadagnino y su guionista, David Kajganich, alteran en la versión o, más bien, reconceptualización del original que han llevado a cabo en Cegados por el sol, y que se impregna de la personalidad latina de su director para llevar idéntico esquema dramático en una dirección distinta. Las (contenidas) dosis de erotismo que ya contenía el largometraje de Deray se transforman, aquí, en puro exceso, en una vitalidad desbocada que toma forma corpórea en la piel de Harry Hawkes (Ralph Fiennes), personaje atractivo y, a la vez, repulsivo, que marca, por puro contraste, el comportamiento del resto de protagonistas. El actor británico lo dota de un magnetismo tan animal, tan descontrolado, que tiende a asfixiar a sus compañeros de reparto –salvo quizás a Tilda Swinton, que sabe transformar la incapacidad de hablar de su personaje en una forma de reforzarlo cara al público–, que se ven obligados a seguir el ritmo que marca su colorista interpretación.

Que la acción se sitúe en las marcianas localizaciones de la isla de Pantelaria, en Sicilia, a apenas unas cuantas decenas de kilómetros de Túnez, marca la visión que tiene Guadagnino del conflicto asimilado del original de Page. El enfrentamiento entre los personajes no tiene tanto de emocional como de generacional: si Harry y Marianne (Swinton) representan, literalmente, a aquellos viejos rockeros que quisieron comerse el mundo, y que se han transformado, a su pesar, en burgueses –algo plenamente aceptado por ella, pero negado por él–, en cambio Paul (Matthias Schoenaerts) y Penelope (Dakota Johnson) pertenecen a generaciones posteriores, y consecutivas, que han heredado una sociedad más desequilibrada y que, por lo tanto, son moralmente más pragmáticos y más individualistas. De alguna manera, Marianne ejerce de gozne entre ambas visiones, consciente de la necesidad de cambiar, de evolucionar, pero al mismo tiempo tentada por rememorar sus tiempos de gloria.

Donde mejor funciona Cegados por el sol es en sus momentos más intimos, más minimalistas. Guadagnino alienta la improvisación de sus actores, y es en las secuencias en las cuales sus interacciones resultan más espontáneas, más naturales, cuando realmente el largometraje alza el vuelo y despliega una propuesta que marca distancias, para bien, de lo que Deray desarrollaba en La piscina.

En cambio, cuando el director intenta introducir mensajes comprometidos con calzador –como todas las referencias a la inmigración ilegal, que sacan a la luz su naturaleza de ficción para burgueses en el peor de los sentidos–, como si tuviera miedo de que los espectadores no sean conscientes de la reflexión social que subyace en el propio enfrentamiento moral entre sus personajes, el entramado dramático funciona de forma mucho más abrupta.

Y es que, como antes señalaba, la misma película de Guadagnino es casi una proyección de la personalidad de Harry: excesiva, verborreica y agotadora, también alterna fogonazos de brillantez, de espectacular magnetismo, con otros irritantes, difíciles de asimilar.

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