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No «mundanices» el día de tu boda

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Salvador Aragonés - publicado el 21/04/16

Muchos novios viven pensando más en la fiesta de la boda que en el compromiso que adquieren de por vida

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Una buena preparación al matrimonio, al sacramento del Matrimonio, es fundamental para que las parejas tengan conciencia clara de lo que van a celebrar. En esta preparación hay que enseñar a los novios, en primer lugar, “las señales de peligro que podría tener la relación, para encontrar antes del casamiento recursos que permitan afrontarlas con éxito.

Lamentablemente, muchos llegan a las nupcias sin conocerse. Sólo se han distraído juntos, han hecho experiencias juntos, pero no han enfrentado el desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro” (Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia”, 210).

La Exhortación Apostólica “La alegría del amor” (Amoris laetitia) dedica un apartado a los novios dentro del contexto de la pastoral familiar y advierte que los novios a menudo están demasiado pendientes de la fiesta de la boda, en lugar de celebrar un sacramento que les unirá para toda la vida.

El papa Francisco advierte, como han dicho diversas conferencias episcopales, que cuando los novios deciden contraer el sacramento del Matrimonio, que es un “sacramento grande” (sacramentum magum) a menudo la gran preocupación de los novios no está en la ceremonia, sino en el banquete, en el lugar de celebración del Matrimonio (una capilla, una ermita, un santuario, una catedral), en los invitados, en la composición de las mesas, en la música que pondrán, en las flores, en las alfombras, en los adornos, etc., etc.).

Hay que ayudar a los novios ver si hay “incompatibilidades y riesgos”, pues el deslumbramiento inicial puede impedir hacer luz sobre realidades, que podrían “advertir que no es razonable apostar por esa relación, para no exponerse a un fracaso previsible que tendrá consecuencias muy dolorosas” (AL, 209).

Es bueno que la novia se preocupe por su vestido, porque es su día grande, pero no es lo más importante. Que la modista no vea este pliegue, o que el velo es corto, largo o demasiado ancho, o el peinado. Esto se puede arreglar sin perder el sueño, con paz. Lo mismo que el viaje de novios. Hay que hacerlo todo con tranquilidad, sin perder de vista lo más importante, prepararse bien para celebrar el sacramento, pues allí solo estarán dos, los futuros esposos con un compromiso de por vida, ante la sociedad.

Lo que importa para los novios –dice la Exhortación Apostólica “La alegría del amor”– es el amor que los une, fortalecido y santificado por la gracia. Vosotros sois capaces de optar por un festejo austero y sencillo, para colocar el amor por encima de todo” (AL, 213). Y también dice: a veces “los novios llegan agobiados y agotados al casamiento, en lugar de dedicar las mejores fuerzas a prepararse como pareja para el gran paso que van a dar juntos” (AL, 210).

Hasta tal punto es así, que los novios llegan estresados al día del gran acontecimiento en que uno se entrega al otro “para toda la vida”, como dice el ritual del sacramento. Y así con cierta frecuencia “pierden el oremus” con tantos preparativos, cálculos, organización, o cuando por ejemplo se enteran de que faltan flores o las sillas no tienen fundas.

En realidad, señala el papa Francisco, “algunas uniones de hecho nunca llegan al casamiento porque piensan en festejos demasiado costosos, en lugar de dar prioridad al amor mutuo y a su formalización ante los demás” (AL 210).

 “Están los futuros esposos demasiado centrados en la fiesta del día de la boda, y se olvidan de que están preparándose para un compromiso que dura toda la vida” (AE, 215). El sacramento “no es sólo un momento que luego pasa a formar parte del pasado y de los recuerdos, porque ejerce su influencia sobre toda la vida matrimonial, de manera permanente” (Idem).

Los novios deben conocer “el significado procreativo de la sexualidad, el lenguaje del cuerpo, y los gestos de amor vividos en la historia de un matrimonio”, ligado a la liturgia del sacramento, dice la Exhortación Apostólica (215). Y deben conocer el Catecismo de la Iglesia, pero sin atosigarlos con muchas cosas.

No sería bueno que los novios llegaran al Matrimonio sin haber rezado juntos, dice el papa Francisco,  “pidiendo ayuda a Dios para ser fieles y generosos, preguntándole juntos a Dios qué es lo que él espera de ellos, e incluso consagrando su amor ante una imagen de María” (AL 216).

“Probablemente quienes llegan mejor preparados al casamiento son quienes han aprendido de sus propios padres lo que es un matrimonio cristiano, donde ambos se han elegido sin condiciones, y siguen renovando esa decisión”, dice el papa Francisco en su Exhortación Apostólica (AL, 208).

Y no solamente hay que preparar y acompañar a los novios, sino que es muy importante el acompañamiento de la Iglesia, normalmente de matrimonios ya formados, en los primeros años del matrimonio, que son los más delicados. El grito de “¡Vivan los novios!” al salir de la Iglesia hay que acogerlo como un grito de esperanza en el futuro y de permanencia en el amor que debe labrarse día a día.

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