Un repaso a uno de los estudios más documentados sobre la, probablemente, ideología más mortífera – hasta ahora – de la historiaAnte unas nuevas izquierdas emergentes que hunden sus raíces ideológicas en gran medida en autores comunistas, y que parecen reavivar el espíritu del comunismo más combativo de principios del siglo XX, cabe preguntarse qué ha aportado históricamente esta ideología a la humanidad.
Salvando las distancias, propias de una sociedad más abierta y democrática, no hay que olvidar el lado más oscuro del comunismo, cuyo totalitarismo ha dejado una herencia de casi cien millones de muertes a lo largo de su historia.
Así lo constata El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (1997), obra de una serie de profesores universitarios e investigadores europeos, donde se detallan actos criminales, como asesinatos, tortura o deportaciones, entre otros, perpetrados por la implementación del comunismo en determinados Estados.
El libro fue editado por Stéphane Courtois, director de investigaciones del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés), organización pública de investigación de Francia.
En la introducción de la obra, a cargo del editor, Stéphane Courtois, se explica que “el comunismo real […] puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir, en momentos de paroxismo, el terror como forma de gobierno”.
Las cifras de la vergüenza
Entre otras cuestiones, el libro muestra una estadística con las estimaciones realizadas sobre el número de víctimas mortales que ha ocasionado a lo largo de su historia el comunismo, que “se acerca a la cifra de cien millones”.
El listado lo encabeza la República Popular China, con una estimación de 65 millones de muertes; seguido de la Unión Soviética, con 20 millones. Y por detrás, Corea del Norte y Camboya (2 millones cada uno); África (1,7 millones); Afganistán (1,5 millones); Vietnam (1 millón); los regímenes comunistas de Europa oriental (1 millón); Cuba y otros países latinoamericanos (150.000); España, con las víctimas de la represión en zona republicana durante la Guerra Civil (entre 38.000 y 85.000); y las del movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder (10.000).
En la introducción del libro se destacan algunos detalles de los actos criminales llevados a cabo por estos regímenes, como, en la Unión Soviética, el “fusilamiento de rehenes o personas confinadas en prisión sin juicio y asesinato de obreros y campesinos rebeldes entre 1918 y 1922; la hambruna de 1922; la liquidación y deportación de los cosacos del Don en 1920; el uso del sistema de campos de concentración del Gulag en el periodo entre 1918 y 1930; la Gran Purga de 1937-1938; la deportación de los kuláks de 1930 a 1932; la muerte de seis millones de ucranianos (Holodomor) durante la hambruna de 1932-1933; la deportación de personas provenientes de Polonia, Ucrania, los países bálticos, Moldavia y Besarabia entre 1939 y 1941 y luego entre 1944 y 1945; la deportación de los alemanes del Volga en 1941; la deportación y abandono de los tártaros de Crimea en 1943; de los chechenos en 1944 y de los ingusetios en 1944”.
También mencionan la “deportación y exterminio de la población urbana de Camboya”; o la “destrucción de tibetanos” en China.
Cosas en común con el nazismo
Otra de las cuestiones que plantea el libro es las diferencias y similitudes entre las ideologías nazis y comunistas. En ese sentido, Stéphane Courtois afirma que “los mecanismos de segregación y de exclusión del ‘totalitarismo de clase’ se asemejan singularmente a los del ‘totalitarismo de raza’”.
“La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de la ‘raza pura’, la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa. […] una parte de la humanidad es declarada indigna de existir, como sucedía en el nazismo. La diferencia reside en que la poda por estratos (clases) reemplaza a la poda racial y territorial de los nazis”.
“¿Cómo calificar el crimen que consiste en exterminar, por razones político-ideológicas, no ya a individuos o a grupos limitados de opositores, sino a segmentos masivos de la sociedad?”, se pregunta. “Algunos autores anglosajones así lo piensan y han creado el término ‘politicidio’”, concluye Courtois.
Críticas a favor y en contra
Por otra parte, El libro negro del comunismo ha suscitado desde que se publicó críticas a favor y en contra de los datos expuestos.
Así, están los historiadores que argumentan que las cifras de víctimas no cuadran. “Las estimaciones acerca de las muertes causadas por el régimen de Stalin en la Unión Soviética varían entre 8,5 y 51 millones, mientras que los relativos a la China de Mao oscilan entre 19,5 y 75 millones”, se puede leer en Wikipedia.
Sin embargo, “los autores del libro negro defienden sus estimaciones acerca de la Unión Soviética (20 millones) y Europa oriental (1 millón) aseverando que han utilizado fuentes que no estaban disponibles para investigadores anteriores (los archivos soviéticos mencionados anteriormente)”, aclara, entre otras cuestiones, aunque hay autores que muestran cifras “aún mayores que las del libro negro para China y Rusia respectivamente”.
Por su parte, los críticos alegan que “el libro usa el término ‘comunismo’ para referirse a una amplia variedad de sistemas diferentes, y que ‘arbitrariamente pone en el mismo saco fenómenos históricos totalmente diferentes”.
Otro grupo de críticos argumenta que “sólo algunos (o incluso ninguno) de los regímenes mencionados en el libro fueron de hecho ‘comunistas’”.
Pero, “como respuesta a las críticas dirigidas contra el Libro negro, el autor destaca que no ha habido en el campo marxista del ‘socialismo real’ jamás un régimen democrático o pluralista, ni un sistema que no se viera necesitado del totalitarismo, del partido único y de la persecución política”.
Artículo originalmente publicado por Forum Libertas