“Con María y mi rosario, no tengo miedo”Cuando se realizó esta entrevista en España, Pedro Zheng (el nombre es ficticio) era un seminarista de 28 años. Había venido a formarse como sacerdote tras permanecer en la clandestinidad en China cerca de ocho años. Ahora ya está preparado para entregar su vida al Señor en su país.
¿Estás preparado?
Quiero volver a mi país, a mi diócesis. Sé que puede haber peligros, pero no tengo miedo.
No tengo ningún plan, no tengo futuro. Si Dios quiere iré a una parroquia, pero también sé que puedo acabar en la cárcel.
¿Cómo puedes tener paz si conoces el futuro lleno de dificultades que te espera en China?
Nunca dejo de repetirme aquella histórica frase de Juan Pablo II: “No tengáis miedo”. Esta frase me ayuda y acompaña mucho.
Si quiero ser sacerdote en China, servir a mis católicos, a la Iglesia de China, sé que voy a sufrir. Igual que sufrió Cristo. Pero con María y mi rosario no tengo miedo.
¿Cómo llegó la fe católica a tu familia?
Fui bautizado por mi abuela en secreto. Siempre estábamos escondidos. De mi familia aprendí a rezar las avemarías del rosario.
Solamente una vez al año venía un sacerdote que, por seguridad, se tenía que alojar en casa de una familia. Sabíamos que ese único día tendríamos la posibilidad de recibir la Comunión.
Una fe escondida. ¿Y su vocación?
Mi vocación está forjada con grandes pruebas. Primero las dudas y los miedos de mi familia, y luego unos largos años en la clandestinidad.
Los seminaristas vivimos meses escondidos, de casa en casa, viajando de noche para que nadie te vea y entrando en pisos de madrugada para salir seis meses después. Meses sin ver el sol, sin salir a la calle.
¿Cómo son los seminarios en China?
No se conocen. Son ocultos. Vivimos juntos en una habitación no más grande de 20 metros cuadrados seis u ocho jóvenes. En ese espacio dormimos, comemos, nos aseamos, cocinamos, estudiamos, hacemos deporte, rezamos juntos…
Tenemos que tener mucho cuidado para no ser descubiertos. Nuestro obispo, en cuanto puede, nos manda a Europa para formarnos.
Su obispo, Andrés Hao, estuvo 25 años encarcelado en China y murió con 90 años.
Era un verdadero santo. Él nos pidió que rezáramos por la Iglesia y que no olvidáramos que allí nos esperan.
Los ojos de Pedro Zheng brillan alegres, también cuando añade que quizá en su país le espere la persecución.
Por Raquel Martín
Responsable de Comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada
Artículo publicado por Alfa y Omega