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Victor Frankenstein, otra ocasión perdida para una buena historia

Ramón Monedero - publicado el 15/04/16

Poco o nada aporta esta nueva aproximación a la inmortal obra de Mary Shelley con un -decepcionante- guion de Max Landis, nada menos que el hijo del director de Un hombre lobo americano en Londres

Frankenstein es un relato universal porque nos habla del dilema moral, ético y existencial que existe entre la vida y la muerte. También, la novela de Mary W. Shelley, nos hablaba del alma. De cómo ese quid inexplicable e intangible que todos llevamos dentro, solo por estar vivos, nos pertenece de forma instantánea por pura designación de Dios. Cuando Shelley escribió “Frankenstein o el moderno Prometeo” solo tenía 21 años y se aburría porque llovía y no podía salir a jugar a los hermosos jardines de la villa Diodati, una impresionante mansión situada muy cerca del lago Ginebra, en Suiza.

A mí siempre me gusta llamar la atención sobre el título de la novela, “Frankenstein o el moderno Prometeo”. Resumiendo mucho, en la mitología griega Prometeo fue un dios amigo de los mortales que le entregó al hombre el fuego de la sabiduría. Y se preguntarán ustedes, ¿qué tiene que ver esto con Frankenstein? Mucho, si entendemos que la creación de vida es un poder que únicamente debería gestionar la divinidad, de modo que solo habría que atar cabos. Cuando el doctor Frankenstein crea a la criatura pone en práctica un conocimiento que solo debería ser divino y el castigo es inmediato, el monstruo es una calamidad rechazada, repudiada pero a pesar de todo vivo, frágil, dolido y con alma. Lo dicho, una historia moral.

Como se puede apreciar, el relato de Frankenstein puede dar para mucho. Por esta razón, cuando se estrena una nueva adaptación sobre el mito, los amantes de la obra de Shelley nos frotamos las manos. Estamos acostumbrados a que sitúen al extravagante doctor Frankenstein a la altura del betún, pero no perdemos la esperanza.

Además, este Víctor Frankenstein, tenía un aliciente especial para los amantes del género y era la presencia de Max Landis como autor del guion de la cinta. ¿Qué quien es Max Landis? Este escritor de treinta y un años firmó un libreto ciertamente resultón sobre superhéroes filmados con una cámara doméstica titulado Chonicle, y desde entonces ha contado con cierto beneplácito por parte la industria. Por esto, y porque también es hijo de John Landis, director y guionista de pequeños clásicos modernos como Desmadre a la americana, Granujas a todo ritmo y sobre todo Un hombre lobo americano en Londres que aunque últimamente ande de capa caída no dejó de ser un cineasta genial y claro, todos piensan, algo se le ha debido de pegar…

Lo cierto y verdad es que al guion de Víctor Frankenstein, para venir firmado por el hijo de John Landis, le falta humor por todos sitios. La película no resulta en modo alguno divertida y en ningún momento invita a tomársela a broma. Quizá le habría venido bien algo de humor porque la verdad es que Víctor Frankenstein, pese a su cuidada ambientación, a sus espectaculares efectos especiales y a su pintoresco guion, en suma, el film dirigido por Paul McGuigan (El caso Slevin) no añade una coma, ni una nota al pie más allá de lo que nos han contado antes sobre Frankenstein y su criatura.

Lo peor tal vez no sea esto, quedarse en lo de siempre al menos implica una simple –y legítima- intención por, sencillamente, actualizar las cosas. La cuestión es que Víctor Frankenstein viste muy bien a su criatura, le añade además muchos adornos, puede que nos haga creer que nos está contando una historia nueva pero insisto, en el fondo, y en cierto modo también en la forma, la historia es la de siempre.

El gran fracaso de Víctor Frankenstein es no aportar nada al debate ético que propone la novela original. Sobre todo porque el relato de Shelley sigue de rabiosa actualidad con encendidos debates morales sobre la clonación o el uso de células madre. En realidad, Shelley y la medicina y la religión del siglo XXI tenían en la cabeza lo mismo y eso es lo universal, lo asombroso. Otra cosa es Víctor Frankenstein que parece más preocupada por embellecer su carrocería a base de retoques cosméticos que en aportar una visión. A favor o en contra, pero una visión al menos. Y encima, sin una gota de sentido del humor. Menuda faena.

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