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¿Quién me está ayudando a ver hoy a Dios?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/04/16
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Cada uno tiene su manera de sentirse amado…Me consuela pensar en esos días de pascua en los que los discípulos no reconocen a Jesús. A mí me cuesta tanto saber dónde me habla, en qué personas, en qué circunstancias…

Ellos, que habían vivido con Él, no lo reconocían en su cuerpo glorioso. Y hasta que Él no hacía un gesto o decía una palabra que les recordaba su amor, no eran capaces de descubrirlo. Ese gesto o palabra que sólo ellos conocían.

Siempre he pensado en esto. ¿Qué tengo yo cuando amo que me hace reconocible para las personas a las que amo? ¿Cuál es mi gesto compartido con ellos? ¿Qué palabras uso?

Un hombre le propuso a su mujer: “Cuando estemos separados por cualquier motivo nos echaremos de menos. Y necesitamos algo que nos recuerde siempre cuánto nos queremos. Por esto te propongo que elijamos una estrella del cielo. Cuando la miremos, sabremos que es nuestra estrella. Y estaremos unidos”.

Ya mayores él se fue al cielo antes que ella. Y ella, al recordarle cada noche, miraba la estrella. El dolor de la ausencia se teñía de una profunda calidez.

Otro matrimonio hizo un pacto. Y se dijeron: “El que muera antes de los dos, cuidará al otro desde el cielo. La señal será un gesto, una forma de abrazar que sólo tú y yo conocemos”. Ese gesto de amor que viven en la intimidad. Es bonita esa promesa de eternidad. Una estrella. Un abrazo.

Jesús tenía sus gestos de amor con los discípulos. Eran los suyos. Jesús llega donde están ellos y los ama de nuevo. Sale a su encuentro allí donde están. Caminando, escondidos, pescando.

Llega a mi vida y la toca de nuevo donde yo estoy. Pero yo no sé que es Jesús. ¿Cuál es su señal para mí? ¿Qué lenguaje personal y único usa Él para que yo lo reconozca?

En el lago Juan es el que lo ve y lo reconoce. Algo le dice en su interior que es su maestro. Y grita: “Es el Señor”. No puede ser otro. Su corazón no falla. El amor de Jesús hacia él le hace verlo antes que los otros.

Pero quizá es más bonito cómo lo reconoce Pedro. Se fía de Juan. Pedro ve a Jesús a través de los ojos de Juan. Sabe que Juan ve con el corazón lo que él no sabe ver. Y se fía. No duda de su amigo.

Yo también necesito que alguien grite para que me dé cuenta de la presencia de Dios. Yo sólo veo a alguien en la orilla. Un hombre, una circunstancia. Veo un rostro sin nombre. Una voz demasiado humana. No veo a Dios en sus ojos, en su mirada.

Pero gracias a Dios alguien cerca de mí grita, y yo le creo. Creo en su voz. Como Pedro creyó en la voz de Juan ese día en su barca. Juan lo sabía en su corazón. No lo duda. Y Pedro se viste y salta.

¿De quién me fío yo para ver a Jesús en lo que me pasa, en las personas, detrás de la neblina? ¿Quién es ahora mismo en mi vida la persona que me grita: “Es el Señor”?

Sin Juan es imposible. Sin Pedro es imposible. Uno mira. Ve con el corazón. El otro se lanza, como siempre, sin pensarlo. Sin medir.

Me impresiona esta ingenuidad de Pedro. Había caído. Y ahora ve a Jesús de lejos y no teme su rechazo. Se lanza a por Él y sabe que podrá abrazarlo. No es prudente. Estaba desnudo frente a Jesús en su alma. Jesús ya conocía su pecado. Su caída. Pero Pedro confió en el amor misericordioso de Jesús.

Hay algo de niño en el alma de Pedro. Yo también quiero ser así. Quizás tenía grabada en su corazón la mirada de Jesús aquella noche después de negar, antes de llorar.

Hoy Jesús lo espera. Luego Juan relatará ese diálogo maravilloso entre Pedro y Jesús. Y esas tres preguntas que tocan su corazón: “Pedro, ¿me amas?”. Jesús se acerca a Pedro. No le pide fidelidad eterna. No le exige no fallarle nunca de nuevo. Le pregunta sólo si le ama.

Pedro había fallado aquella noche de la cruz. Pedro no le reconoció hoy tampoco desde la barca. Juan estuvo firme al pie de la cruz y hoy lo reconoce y lo señala. Pero no es a Juan a quien Jesús le pide que pastoree sus ovejas. Siempre de nuevo me sorprende. Jesús hace roca en mi debilidad.

Como leía el otro día: “Tu condición de perdonado está más llena de bendiciones que tu inocencia original”.

Pedro era un perdonado. Jesús construye sobre mi barro herido. Hace que mi herida sea fuente de vida. Mi herida redimida, salvada, rescatada. Por eso elige a Pedro que ha fallado. Le pregunta a Pedro que no ha sido fiel. Se arriesga con el barro de Pedro que es frágil. Esta escena siempre me conmueve.

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