Termina la última temporada de la ficción zombi con la entrada en escena de algo que hacía tiempo le venía haciendo falta a la serie, un villano carismáticoCuando la sexta temporada de The Walking Dead había emitido su tercer capítulo la cadena AMC ya dio luz verde a la séptima. Aunque los números no han sido tan buenos como los de sesiones anteriores, los ejecutivos de la cadena están contentos con el devenir de la serie.
Eso sí, no hace falta ser ningún lumbreras para atisbar que la ficción sobre muertos vivientes está sensiblemente por debajo de las primeras cuatro temporadas y media (digo lo de “y media” porque fue a partir de la mitad de la cuarta temporada cuando The Walking Dead comenzó a caer en picado).
The Walking Dead tiene la extraña virtud de hacer soporífera una historia que sobre el papel no debería tener un momento de respiro. Empieza a haber demasiados personajes y dedicarle una mínima atención a cada uno de ellos supone un problema.
Además, la serie tiene la costumbre de dilatar y deconstruir el tiempo más allá de lo tolerable. Cuando las cosas se ponen interesantes insertan un flash-back para hablarnos de cómo crece la hierba cuando un personaje secundario se perdió en mitad del bosque. Se ha dado también la circunstancia de situar al límite a un personaje para, en el capítulo siguiente, encontrarlo libre y corriendo hacia la salvación. Hay algo que no termina de encajar en The Walking Dead.
Desde luego, si hay que buscar un responsable ese sería Scott M. Gimple, showrunner de la serie es decir, algo así como el director creativo de la ficción, quien define los hilos argumentales y quien tiene la última palabra. Puede que si echamos un vistazo al currículum de Gimple y comprobamos que lo mejor que tiene es la serie Chase y el guion de una película francamente mala como Ghost Rider: Espíritu de venganza, tal vez las cosas empiecen a encajar. Es curioso que Gimple se hiciera cargo de The Walking Dead precisamente a partir de la cuarta temporada (aquella que apuntaba líneas arriba, se desinflaba hacia la mitad).
Y es que si The Walking Dead siempre ha sido una ficción “con” zombis y no “de” zombis, con Gimple la cosa se ha llevado al extremo. Bien es cierto que esta serie nunca se ha caracterizado por poner a los muertos vivientes en el lado de los malos (los problemas siempre los han causado los propios hombres) pero como es bien sabido un héroe es tan bueno y atractivo para el público como interesante y temido es el villano y en The Walking Dead no hemos visto a un villano carismático desde los tiempos del Gobernador (en la tercera y cuarta temporada).
El final de la sexta parece querer cambiar esto con la introducción de Negan (Jeffrey Dean Morgan) en el último capítulo, uno de los grandes antagonistas de Rick en el comic original en el que se basa la serie. Otra cuestión es que esto logre reconducir la serie y que se aprovechen las propiedades de un personaje que parece pensado para dignificar a los héroes.
Aun así, y con todos sus desequilibrios, The Walking Dead sigue siendo una serie sobre la humanidad de la sociedad y esto lo han conservado a rajatabla en las últimas temporadas. En este sentido, el verdadero contrapunto dramático de la ficción es Morgan (Lennie James), un viejo conocido de Rick desde los primeros episodios de la serie que vive un lema grabado a sangre en su mente: “toda vida es hermosa”.
No obstante, el choque ético y moral que se venía venir entre este personaje y Rick, casi un monstruo que ha perdió todo respecto por la vida humana, no ha terminado de producirse. Eso sí, resulta interesante por qué Rick se ha convertido en un sanguinolento tirano por el grupo, por lo que él y los suyos consideran su familia. Al final de la última temporada, Carol (Melissa McBride) decide abandonar el grupo por una razón singular: “cuando una persona vale la pena tanto como para matar a otra y ya no puedes seguir matando, lo mejor es abandonar el grupo”.