El gozo y la misericordia de una pequeña venezolana al ayudar a los más necesitados y abandonadosFabioli Pernía tiene nueve años. Junto a su hermana menor Fabiola acompaña con frecuencia a Tania, la madre, a varios centros de acogida y a las plazas públicas del sur oeste de Caracas, para llevar alimento y mucho consuelo espiritual a varias personas mayores que se encuentran en situación de calle.
El 2 de abril pasado, la chiquilla participó en la caminata organizada por el movimiento de apostolado Jesús de la Divina Misericordia; en vísperas de esta festividad. Peregrinaron desde Plaza Francia de Altamira, hasta la iglesia de San José en Chacao.
Mientras Tania expresaba sus motivaciones para abrazar la devoción propagada por santa Faustina de Kowalska y san Juan Pablo II, la inquieta niña también quería dar su testimonio.
“Yo siempre he acompañado a mi madre cuando lleva comida a los indigentes y a los niños de la calle”, sueltó de primera.
Se sentía protagonista de una historia distinta. Sus palabras eran refrendadas por la madre. “Es cierto”, acota Tania.“Mi niña saca espacio a su tiempo de estudios y recreación para acompañarnos en esta labor de mi grupo de apostolado”.
Cual si de un adulto se tratara, la niña relataba: “Me gusta dar alimentos y hablar de Dios a los indigentes, porque eso me ha ayudado a crecer y sentirme muy útil”.
“Como ellos padecen más hambre que yo, entonces reflexiono y me digo: ¿por qué no ayudarlos? Y preguntaba a Tania: ¿Mami, vamos a seguir ayudándolos?”.
¿Cómo te tratan estas personas sabiendo que eres una niña? Su respuesta es corta y sencilla: “Ellos sonríen y me dicen: gracias, niña, por darme comida. A mí eso me gusta, que se sientan felices”.
Dios no abandona nunca
La actitud de esta niña no deja lugar a dudas: crece en un hogar donde se ha practicado el amor y la caridad. “Esto se lo debemos a la Divina Misericordia”, apunta Tania, relatando la otra parte de la historia, esa de cómo llegó a ser una fiel devota.
“Fabioli tenía apenas un año de edad cuando su padre abandonó el hogar”, dijo.
En medio del sufrimiento buscó cobijo en Dios y en un grupo de apostolado. “Cada día, a las tres de la tarde, se reunían y todavía se reúnen en la iglesia parroquial para rezar la Coronilla de la Divina Misericordia”, indica Tania.
“Me quedé sola con dos niñas a mi cargo, Fabioli de casi un año, y Fabiana de pocos meses”, narra. “Mi esposo me abandonó pero Dios no me ha abandonado jamás, y a mis niñas, mucho menos”, comentó apretando el Santo Rosario que le colgaba del cuello.
Y prosigue su historia: “Un día vi un papelito en la iglesia ‘María Reina de Luz’, que decía: ‘los viernes, reunión de la Divina Misericordia’. Asistí, pregunté si podía entrar; me dijeron que sí, y desde esa fecha me quedé recibiendo apoyo, formación y muchas ganas de ayudar a otras personas que viven en condiciones peores a las mías”.
De esa manera, la fe y devoción de Tania también ha ido alimentando la de sus dos hijas, desarrollando junto a ellas un intenso trabajo en favor de los más abandonados.
“Realizamos Coronillas de la Misericordia en la vía pública del boulevard de Caricuao, en el Puente Los Leones. Y también me integré al equipo de la Misericordia que ayuda en un comedor de La Paz donde se alienta a la gente abandonada”.
Comentó que con esto, Fabioli ha crecido aprendiendo la importancia de ayudar a los demás. Una vez más, la niña interviene y repite que siente mucha alegría cuando “los abuelitos” le toman la mano y le dicen: “¡Gracias niña por darme la comida!”.