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¿Cómo pueden los traumas ayudarnos a crecer?

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Elton Chitolina - publicado el 11/04/16

Si optamos por responder al intenso sufrimiento en nuestras vidas con una apertura a la gracia, entonces nuestras vidas pueden asumir un significado más profundo

La familia de Kushner tuvo que soportar un terrible acontecimiento, cuando su hermano de 11 años fue secuestrado y asesinado, en una pequeña ciudad rural en Florida. A pesar de Kushner tenía apenas cuatro años por entonces, él explica que, conforme fue creciendo, se esforzaba para entender como sus padres eran capaces de continuar – dándole a él y a sus otros hermanos vidas felices y normales, mientras ellos guardaban la memoria dolorosa de algo tan terrible.

El artículo investiga la idea del crecimiento post-traumático, un término usado para describir como el sentido de la vida puede profundizarse para alguien que sufrió una experiencia traumática. Esta profundización puede llevar a una experiencia de “relaciones mejoradas, mayor auto-aceptación y un aprecio más elevado de la vida”.

El término recuerda la heroica llama del espíritu humano, pero también afirma las propias verdades que nosotros, como católicos, nos hemos esforzado por entender y abrazar en cada nueva generación, hace más de 2.000 años. Como Jesús nos dice solemnemente, la corona de espinas del sufrimiento – si nos permitimos eso – puede acabar llevando a una vida más abundante.

“En verdad, en verdad les digo que, si el grano de trigo, cayendo en tierra, no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).

Es interesante que, desde un punto de vista estrictamente psicológico y secular, el dicho paradójico de Jesús es verdadero. Si optamos por responder al intenso sufrimiento en nuestras vidas con una apertura a la gracia, entonces nuestras vidas pueden asumir un significado más profundo. El artículo apunta al tipo de fruto que los que han hecho un abordaje positivo del sufrimiento y de la muerte experimentan:

“Esas ‘personas espléndidas’”, como él las llama, “vienen de la gran tribulación, están abiertas, no hay defensiva, intensidad de exhibición, propósito, pasión en sus vidas… Ellas demostraron sabiduría, serenidad, una especie de totalidad, una curiosa vivencia alegre y optimista”.

El cardenal Christoph Schönborn, en su libro Happiness, God and Man, nos recuerda que cuando perdemos algo y nos sumimos en la tristeza o casi en la desesperación, aún tenemos el poder de escoger el camino que conduce a la vida.

“El hombre se vuelve triste cuando pierde algo de valor: alguien que estaba cerca de él, salud, bienes materiales, la reputación, la paz de espíritu y de ahí en adelante. Sin embargo, hay que escoger aquí entre dos caminos: encerrarse en si mismo o el camino de la vida”.

Se algo traumático sucede, se necesita mucho tiempo para que florezca la gracia en nosotros, no sólo para aceptarla, sino para permitir que ella promueva un aprecio más profundo de la vida en oposición en una caída amarga en la desesperación. Un grano de trigo produce frutos sólo gradualmente, y después de mucho tiempo.

Una amiga inesperadamente perdió al marido. Él era un hombre saludable, amable y trabajador, que tenía apenas 50 años. Su familia vive al lado de mis padres, y cuando yo estaba visitando la casa en las Navidades pasadas, lo veía cuidando diligentemente del jardín o paseando por la calle para buscar el correo. Apenas unas semanas después de Navidad, debido a una súbita complicación grave de salud, estaba en una máquina de respiración. Y unas semanas después murió, dejando detrás a su amada esposa y a dos hijas pequeñas.

Yo pienso y rezo por él, su esposa e hijas, y lucho profundamente para entender el motivo de tal tragedia. ¿Que palabras de consuelo tenemos para esa pobre mujer y sus hijas? ¿Por qué ese sufrimiento?

No hay una respuesta fácil.

No es por saber cómo Dios va a trabajar con ese sufrimiento. Es sólo por saber que Dios – el Padre de todas las misericordias – desea derramar su vida abundante en nosotros en cada momento. Como Jesús nos dice: “Bienaventurados los que lloran”, para que el propio Dios enjugue todas nuestras lágrimas. Y no sólo en el Cielo, sino también en esta vida, Él nos consolará en nuestro llanto y permitirá que ese sufrimiento pase de manera más profunda.

Aunque podamos tener heridas en esta vida que no cicatrizan totalmente, Dios usará esas heridas para hacer cosas maravillosas y milagrosas – aumentar nuestros corazones para que se parezcan más al suyo.

Cuando pienso en los amigos de mis padres, sólo me consuela saber que Jesús llora con ellos como hizo con Lázaro. Aunque ellos lloren ahora, un día conocerán el amor de Dios, como Él los mira, enjuga sus lágrimas y los lleva al lugar que les tiene preparado desde toda la eternidad.

Por Chris Hazell, fundador de The Call Collective, un blog que explora la intersección entre fe, cultura y creatividad. También escribe regularmente para Word on Fire.

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