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Objetivo: Londres, o cómo convertir el miedo de Occidente en objeto de consumo

Ramón Monedero - publicado el 08/04/16

Un espectáculo vacío pero vistoso sobre el atentado de los atentados al que la falta sentido del humor y le sobre seriedad sobre una propuesta a todas luces delirante

En Hollywood son expertos en coger los temores del mundo civilizado y en convertirlos deseado objeto de consumo. Si salta una alerta sobre una posible pandemia global, Hollywood estrena Contagio (2011), si el riesgo es un meteorito, Hollywood estrena no una, dos películas sobre el tema, Deep Impact (1998) y Armageddon (1998).

Desgraciadamente, ahora el mundo tiene el corazón encogido en todo lo que atañe al terrorismo. Los atentados de Paris y Bruselas y la constante amenaza del islamismo radical en sus diversas y pintorescas variantes obsesiona a los encargados de la seguridad de un buen puñado de países en todo el mundo.

Si bien es cierto que Hollywood ya ha tocado el tema desde una amplia variedad de perspectivas (World Trade Center, Syriana, La sombra del reino, La guerra de Charlie Wilson, Red de mentiras, Munich, La noche más oscura…) no es menos cierto no debe de sentarles nada bien eso de que la realidad siempre supera la ficción. Pues bien, si el 11-S no había pasado por la mente de ningún guionista de Hollywood agárrense a los machos, porque Objetivo: Londres solo pretende poner los puntos sobre las íes y demostrar que, como en Hollywood, en ninguna parte.

Seguramente cansados de mostrar como Nueva York, Washington, San Francisco y Los Ángeles han sido devastadas por una amplia variedad de circunstancias, Hollywood pasa la pelota a Londres para orquestar la madre de todos los desmadres, el atentado de los atentados, la hecatombe del terrorismo internacional.

En Objetivo: Londres, el primer ministro británico muere en sospechosas circunstancias y a su funeral acuden los líderes mundiales de las tres cuartas partes del planeta. Qué mejor ocasión para un grupo bien organizado de terroristas para poner la ciudad patas arriba.

Y no se crean, lo hacen literalmente. Yo diría que casi todos los edificios emblemáticos de Londres se van derrumbando uno detrás de otro como un descocado castillo de naipes mientras el mismísimo presidente de los Estados Unidos, su jefe del Servicio Secreto y un agente del MI-6 recorren una ciudad infestada de terroristas dispuestos a todo por aniquilarlos.

Resulta evidente que con semejante punto de partida uno no debería tomarse ni mínimamente en serio esta película. Lo que ya no está tan claro es si sus responsables son conscientes de la memez que tienen entre manos. Parece que no, porque si hay algo que diferencia a Objetivo: Londres de otras películas del estilo es que a pesar de lo poco verosímil de su planteamiento, sus responsables parecen tomarse la propuesta bastante en serio.

Es decir, nos tenemos que creer al presidente de Estados Unidos esquivando balas en un Londres devastado por el terrorismo aunque si no creíamos, o al menos hicimos el intento de creernos Air Force One (en esta película el presidente –Harrison Ford-, plantaba cara, él mismo, a un grupo de terroristas que se apoderaban del avión presidencial), porque no digerir una ocurrencia en el fondo menos descabellada.

Lo paradójico de todo esto es que su director sea Babak Najafi, un cineasta de origen iraní que ganó el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Cine de Berlín del año 2010. Resulta un difícil de entender todo esto. Formalmente Objetivo: Londres no tiene una pega. Sus efectos especiales son espectaculares que es de lo que se trataba, no es muy larga y eso es bueno también y sus escenas de acción están muy bien rodadas lo que, no se crean, no es tan fácil como parece.

El problema de Objetivo: Londres es que aun siendo corta es agotadora. Si estamos de broma, como parece que deberíamos estarlo, en la película falta muchísimo sentido del humor. De hecho, aquí radica el verdadero problema del film de Najafi. Convertir un peligro tan complejo, envenenado y dramático como el terrorismo internacional en un parque de atracciones. Coger una realidad tan peliaguda y reducirla a un videojuego de hora y media de buenos y malos sin apenas una gota de sangre es peligroso, porque hace creer que los problemas que actualmente azotan el mundo son tan simples, y lo es que más, tan fáciles de solucionar como a golpe de gatillo fácil.

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