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Bron/Broen: el otro es un bien

Jorge Martínez Lucena - publicado el 08/04/16

Thriller escandinavo que te atrapa irremisiblemente como espectador

El gran caudal de ese río de la ficción televisiva proviene de los Estados Unidos. Sin embargo, es innegable la existencia de dos afluentes relevantes: las producciones de Reino Unido y las de los países escandinavos.

De países como Suecia o Dinamarca emerge una innegable savoir faire dramático. No sólo es documentable en su conocidísima tradición policíaca, exportada a la televisión en la adaptación de relatos de Henning Mankell como Wallander (2005-2013) -que tuvo una afortunada adaptación inglesa de la BBC interpretada por el mismísimo Kenneth Branagh (2008-)-, o en la fantástica Forbrydelsen (2007-2012), que también tuvo una reseñable versión americana hecha por la AMC, The Killing (2011-2014), protagonizada por una magnética Mireille Enos, ahora mucho más tuneada per igualmente soberbia pelirroja protagonista de The Catch (2015-).

La sabiduría escandinava, sin embargo, no se ha limitado al nordic noir, sino que también ha sabido destacar en culebrones familiares como The Legacy o en dramas políticos de intrigas palaciegas, aunque mucho menos hobbesianos que House of Cards (2013-) o Boss (2011-2012), como la popular Borgen (2011-), de la que esperamos la cuarta temporada.

Bron/Broen (El puente) (2011-), serie en la que hoy nos vamos a centrar, es uno de esos portentosos thrillers escandinavos que se enconan capítulo tras capítulo y que te atrapan irremisiblemente como espectador-yonqui. Cómo no, también ha tenido su adaptación norteamericana, The Bridge (2013-2014), que en este caso no ha estado a la altura de las circunstancias, quedándose en una mala copia con dos temporadas.

Al comienzo de la historia no le falta originalidad. Aparece un cadáver en mitad del puente de Oresund, magnífica obra humana que salva el mar uniendo la ciudad sueca de Malmo con la capital danesa, Copenhage, con dos vías ferroviarias y seis carriles para circulación de vehículos que se extienden durante casi ocho kilómetros. La mitad del cuerpo está en territorio danés. La otra mitad está en suelo sueco. El asesino empieza así a hablarle simbólicamente a la policía: toda la tecnología y todo el progreso no son capaces de solventar el mal humano.

Para investigar el caso, ambos países van a tener que trabajar juntos. La pareja transnacional que protagonizará la investigación del caso está formada por Saga Norén y Martin Rohde.

En el rincón sueco, Saga es una atractiva soltera que bordea los cuarenta y que tiene un pasado familiar traumático. Ecos de enfermedad psiquiátrica y de suicidio zumban en sus genes. Se hace visible en su obsesión con el trabajo y en sus serias dificultades para empatizar con las personas que la rodean.

Martin es un divorciado cuarentón danés. Incipientemente fondón, ha dejado atrás diversos matrimonios, se acaba de hacer la vasectomía porque tiene hijos de todas sus mujeres y no quiere tener más, y sigue manteniendo cierta tendencia a la infidelidad.

Pese a sus diferencias culturales y psicológicas, a lo largo de la trama se va construyendo una bonita complicidad entre ambos que les llevará no solo a solucionar el caso, sino a ayudarse mutuamente en el arduo camino personal que cada uno va a tener que caminar.

Me da la sensación de que uno de los ingredientes secretos para que esta óptima fórmula televisiva funcione es el personaje de Saga. Interpretado por Sofia Helin, goza de un atípico atractivo. Conduce un Porsche carrera amarillo. Pelo liso, rubio, más bien grasiento. Casi siempre viste igual: pantalones de cuero entallados con botas y una especie de casaca tres cuartos marrón.

Sus movimientos son de una extraña rigidez, como si su cuerpo estuviese atenazado por un único objetivo que no presta demasiada atención a la coyuntura. Su rostro es fundamentalmente hierático y nunca entiende la ironía o las frases con segundas.

Tiene serias dificultades para relacionarse socialmente en un nivel humano completo. Utiliza el sexo como un mero modo de liberar ansiedad. Los sentimientos no son lo suyo y sus parejas le molestan una vez han cumplido su cometido en la cama. Apenas duerme y se pasa el día pensando en el caso, viviendo en una suerte de consagración completa al trabajo, para el que está especial e indudablemente dotada.

Saga es una mujer emancipada, muestra una conducta parecida a la que tradicionalmente se podría asociar a los hombres. Y, sin embargo, en esa soledad de hielo que encarna, no encuentra la satisfacción, sino un constante malestar que su compañero Martin le ayuda a sobrellevar y entender, convirtiéndose así en un sucedáneo de consejero espiritual que le ayuda a entrar en el mundo del que, a solas, se quedaría fuera.

La serie vale la pena. Las dos primeras temporadas están atravesadas por esa amistad operativa entre un hombre y una mujer de diferentes nacionalidades, cargados de límites y de problemas, que se ayudan mutuamente a vivir y a entender que el otro es un bien.

En la tercera temporada, sin embargo, Martin desaparece y es substituido por otro policía, Henrik. Con este nuevo compañero, a través de la siempre enrevesada trama, estalla una nueva temática de interés: la familia que nos precede y la herencia que nos deja. Pero no diré más.

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