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Olive Kitteridge: un retrato sentimental del sinsentido

Jorge Martínez Lucena - publicado el 01/04/16

Historia de una mujer normal que se convierte en un ser frágilmente titánico

Elisabeth Strout ganó el Pullitzer en 2009 con una novela titulada Olive Kitteridge, un relato costumbrista americano articulado en torno a la vida de una maestra de matemáticas de un pueblecito costero de Maine llamado Crosby.

El resultado es sobresaliente. Un óleo otoñal, brumoso, nemoroso, gélido y borrascoso. Una naturaleza poderosa, excesiva e impresionante, indiferente ante el trágico carrusel de vidas que por ella transitan.

Una costa donde las olas rompen contando historias de suicidios. Unos bosques góticos de una belleza asfixiante. El escenario perfecto para un aciago ballet de sentimientos orquestados por una prosa detallista y delicada.

Frances McDormand, oscarizada como mejor actriz por su inolvidable papel de Marge en Fargo (1996), leyó esta novela y convenció a la HBO para hacer una adaptación televisiva de cuatro episodios.

McDormand no sólo ha protagonizado este drama bordando el papel protagonista, sino que, como productora ejecutiva, se ha encargado de buscar tripulación para este proyecto.

Lisa Chodolenko, que había trabajado con la actriz en Laurel Canyon (2002) y que fue nominada al Oscar por la dirección de Los chicos están bien (2010), ha sido la escogida como realizadora. Conocía el registro televisivo gracias a sus breves experiencias dirigiendo un capítulo de los setenta de L. (2004-2009), una serie de seis temporadas sobre los amores lésbicos de un grupo de mujeres en Los Ángeles; o un único capítulo en la mítica teleserie de Allan Ball, A dos metros bajo tierra (2001-2005), de la HBO.

Otra mujer, Jane Anderson, ha sido la designada para elaborar el magnífico guión, patchwork de multitud de historias que se suceden en el libro.

También ella tenía cierta experiencia en el mundo de la televisión, con un único capítulo a sus espaldas de la exitosísima Mad Men (2007-2015) de AMC, y algún que otro escarceo menos significativo en el medio hace más de veinte años.

En el reparto hay que destacar por su papel como Henry Kitteridge, marido de Olive, a Henry Jenkins, para muchos inolvidable por sus numerosos papeles como secundario y por el papel protagonista de la estimulante The Visitor (2007).

El centro de este relato televisivo estéticamente impecable es la misma protagonista. Todo comienza con una Olive de la tercera edad a punto de volarse la tapa de los sesos con una escopeta de caza en la espesura de un bosque cobrizo.

La trama va a intentar llevarnos al por qué la que podría ser una abuela entrañable se ha convertido en una especie de alma en pena que lo único que busca es terminar con sus días.

Así, prácticamente el resto del metraje es una analepsis en la que recorremos prácticamente toda la vida adulta del personaje, descubriendo las razones de aquel cuadro fatal que se nos ha mostrado al inicio, como se hace en las tragedias.

El tiempo que transcurre ante los ojos del espectador es de una densidad depresiva, de una lentitud que destila una cotidianeidad sufriente y desesperanzada que ha perdido todo horizonte.

El pueblo se ha quedado sin más tradición y significado que las costumbres, y Olive se convierte en una especie de paradigma del eterno retorno de lo mismo, de la infinita melancolía contenida por un rostro atónito y hierático, y convertida en automatismo a través de la frialdad, la falta de empatía y el comportamiento obsesivo.

Día tras día, vemos cómo esa actitud constante la convierte en una persona incómoda y tóxica, aunque extrañamente corriente y entrañable, que percute y erosiona con su conducta, como si tratase de la tortura medieval de la gota, la psique de todos los que la rodean.

El profesor de literatura alcoholizado del que está enamorada, se arrastra por el mundo hasta que todo termina.

Su marido, un portento de positividad, quizás religiosa, vive como un tormento su fidelidad conyugal. Su hijo es el gran olvidado en un hogar mecanizado y sin sentido.

Las familias y los chicos del pueblo viven simplemente sumidos en una especie de abulia, cuando su comportamiento no es psicológicamente diagnosticable.

Y, a pesar de todo, Olive es una mujer normal que se convierte en un ser frágilmente titánico, es alguien que intenta despojarse de la infelicidad que rezuma su médula ósea, es una anciana insensata que no abandona y que sigue, erre que erre, buscando a tientas la felicidad.

Lo verdaderamente sorprendente de la ecuación es que la historia no resulta en absoluto deprimente, inaguantable y soporífera, sino paradójicamente interesante y atractiva.

Tanto, que el que suscribe hizo eso tan raro que consiste en leerse el libro después de ver la película o la serie. Y tampoco de ahí salí defraudado.

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