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Gebrselassie: De correr descalzo hasta el colegio, al olimpo del deporte

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Esteban Pittaro - publicado el 28/03/16

El atleta etíope que dejó su huella por su performance e historia de vida

Los Juegos Olímpicos de Río traerán nuevas historias de vida a la luz, proezas de superación y esfuerzo. Pero hace exactamente 20 años, otras figuras comenzaban a desandar su propio camino y a marcar huella.

Entre las estrellas de aquel Juego Olímpico de Atlanta 1996 se encuentra Haile Gebrselassie, un etíope que merece su recuerdo aparte. Su disciplina en aquella ocasión serían los 10.000 metros.

Lejos de los flashes de los 100 metros, que él recorrería cien veces en menos de 28 minutos si aspiraba a tener chances de medalla, su carrera se presenta como una de las más extenuantes. Pero él venía recorriendo esa distancia desde niño, para ir al colegio.

Gebrselassie nació el 18 de abril de 1973, en una familia de granjeros con 10 hermanos. Pobreza y hambre eran esquivadas por poco en su familia con la colaboración de todos. La esperanza de los hermanos era le educación, el colegio.

Y la distancia no amedrentaba a los hermanos Gebreslassie, que se disponían a caminar los 10 mil kilómetros que lo separaban de esa esperanza, en ocasiones sin calzado, y cargando pesados libros. 10 kilómetros para ir y 10 kilómetros para regresar, de lunes a viernes. Los sábados, tocaba el mercado, que quedaba una milla más distante.

En ocasiones Haile corría, lo disfrutaba. A los siete años, Haile se imaginaba como su ídolo Miruts Yifter, etíope oro en los Juegos Olímpicos de Moscú tanto en 5000 como en 10.000 metros. De esos años quedan los distintivos movimientos de los brazos en las carreras, que pareciera que aún en un estadio olímpico cargaba con libros.

Así, corriendo, fue descubierto en una ocasión, y le hicieron ver su talento y la oportunidad que se le abría al joven etíope en el Atletismo. En el correr podría haber una oportunidad de luchar contra un hambre que en más de una ocasión lo dejaba sin comer, que hacía que sus mínimos ingresos se licuen en el casi nulo presupuesto familiar.

Las presiones le fueron formando en disciplina, y su entrenamiento constante pronto daría frutos. En unas pruebas selectivas de su país, a los 18 años, no obtuvo la victoria, pero Jos Hermens, un entrenador holandés, lo observó. “Me Europe, Me Europe”, le dijo Gebrselassie con determinación, pero casi nada de inglés.

A los 19 años ganó los 5.000 y los 10.000 metros en el Mundial Juvenil de Atletismo de Corea. Para hacerlo en la segunda disciplina tuvo que superar un puñetazo antideportivo de un rival, ofuscado con que lo haya superado en los metros finales. Se abría así un doble camino para Halie: uno de paz para su familia y el de cumplir su sueño de ser el atleta más veloz en larga distancia de la tierra.

Al año siguiente, dio el salto a los adultos. Y en el Mundial de Sttutgart, fue plata en los 5.000 metros y oro en los 10.000. Logró mantener un nivel superlativo hasta los Juegos Olímpicos. La humedad lastimó la piel de sus pies, pero el etíope, heredero de Yifter y también de Abebe Bikila, campeón en Maratón en Roma corriendo descalzo, no se detuvo. Una presión oculta lo impulsaba: había prometido a su novia de la infancia que se casarían cuando gane una medalla dorada en los Juegos Olímpicos.

En su tramo final en Atlanta, con el número 1391 en el pecho, vio cumplido sus sueños. Y una vida de sacrificio le pasó por delante, y se plasmó en lágrimas que le brotaron alegres de sus ojos durante la ceremonia de entrega de medalla.

Su bandera, la de Etiopía, se enarbolaba bien alto gracias a él. Como Bikila y Yifter, él se convertía en héroe para su familia y su pueblo. Y en inspiración para que otros, como él unos años atrás, se inspiren para esquivar el hambre con la fuerza de los pies.

A lo largo de su carrera, Gebrselassie quebró 20 veces récord mundiales, entre ellos el de la maratón. Repitió oro olímpico en Australia, en el 2000. Pero desde esos juegos de Atlanta su nombre nunca más fue uno más en la historia del deporte. Sus lágrimas y la vida que fueron revelando con el tiempo, junto con un talento innato, lo perpetuaron de manera indeleble en la historia del olimpismo.

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