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“El Hombre de Acero” (y espinas)

Antonio Rentero - publicado el 28/03/16

Entre nosotros habita un ser con poderes extraordinarios que pudiera llegar a ser una amenaza

Recién estrenada “Batman vs. Superman: el amanecer de la Justicia” conviene repasar el antecedente más inmediato y de hecho punto iniciador de la trama de esta película: la batalla final entre Superman y el general Zod en “El Hombre de Acero”, puesto que el conflicto que da título a esta función es deudor directo del cúmulo de escombro en que la titánica confrontación convierte la ciudad, sirviendo también de revelación de que entre nosotros habita un ser con poderes extraordinarios que pudiera llegar a ser una amenaza.

“El Hombre de Acero” sirvió para narrar la génesis de quien llega a nuestro mundo dotado de capacidades superiores a las de los simples mortales. Creado el personaje por los artistas de origen judío Joel Siegel y Jerry Shuster resulta innegable el catálogo de elementos mesiánicos con el que dotaron a su personaje en el sentido más literal: alguien enviado por una instancia superior para salvar a los hombres. Y de hecho la película que antecede al estreno de esta semana está trufada de icónicos momentos que podríamos considerar algo más que homenajes a esta concepción semidivina del llamado Último Hijo de Krypton.

Kal-El es enviado desde el planeta moribundo Krypton por su padre, Jor-El, quien es consciente de que en la Tierra gozará de unas capacidades superiores a las del resto de habitantes del planeta. De hecho literalmente se dice “para ellos será como un dios” pero al mismo tiempo le pide que no se inmiscuya en los asuntos de los hombres (“al César lo que es del César”).

Asumirá la identidad de Clark Kent al ser acogido por unos padres terrestres sencillos, humildes, ya entrados en edad, que reciben del cielo el regalo de un hijo, transmutando el pesebre por una granja y con el anuncio de la llegada merced a una estrella que cruza el firmamento.

Fallecido el padre y crecido el joven venido de las estrellas las dudas le llevarán a iniciar una travesía de autobúsqueda (no por el desierto sino por vastas superficies heladas) hasta que encuentre su lugar en el mundo y su misión en este. Ahí se enfundará en una “túnica” azul y roja dedicándose a salvar a quienes sufren.

Tampoco parece casual que en el primer desempeño profesional del protagonista se convierta en pescador, aunque no camina sobre las aguas sino que las sobrevuela. Será la primera vez en esta película en la que contemplemos a Kal-El/Clark Kent/Superman adoptar una más que reconocible postura con los brazos en cruz, en este caso con largo cabello y barba, recobrando su fuerza gracias al poder del Sol.

Por si aún nos queda alguna duda es tras este evento, cuando desembarca en un pequeño pueblo, el director mantiene deliberadamente el plano general sobre la fachada de la iglesia que se distingue claramente con una enorme cruz en su fachada. Y es que antes de asumir definitivamente su misión salvadora, Clark acudirá a confesar sus miedos ante el párroco, reconociendo que posee capacidades únicas y confesando que no pertenece a este lugar (“mi reino no es de este mundo”).

Afortunadamente será guiado en su camino por las revelaciones de un trasunto virtual de su padre que completará su formación, complementando los sólidos valores adquiridos gracias a sus padres terrestres, incluyendo la conciencia de su auténtica naturaleza, la reiteración de que debe mantener sus facultades sobrehumanas ocultas debido al miedo que podría despertar en los hombres, pero por encima de todo le transmite los principios de sacrificio y unos importantes valores humanos, sabedores ambos de que Clark no es como nosotros.

Descubriremos que el ADN de Superman está compuesto por la información del conjunto de todos los habitantes de Krypton, que eran diseñados genéticamente para fines específicos. Así él es un hombre completo hecho “a imagen y semejanza” de toda su civilización. Incluso tendremos un “ángel caído”, el general Zod, procedente también de Krypton y empeñado en acabar con Superman.

Y ahí encontramos el sacrificio que debe afrontar. No es un “mesías” que muere por nosotros sino que ante la amenaza que supone el malvado oponente se ve obligado, con un grito de rabia, a acabar con su vida. No sacrifica su vida sino su inocencia al arrebatar la vida de quien está dispuesto a destruirnos y/o tiranizarnos.

Dos detalles más no pueden pasar desapercibidos. En un momento de la película el Hombre de Acero confiesa que lleva 33 años en nuestro planeta. Tampoco puede ser casual la elección de esa edad. También resulta llamativo que cuando está al borde de la muerte en la nave del general Zod atraviesa el casco de la misma y en el vacío del espacio extiende de nuevo sus brazos en forma de cruz para recibir la luz del Sol que le proporciona renovado vigor con el que salvarnos de la amenaza.

Forzados unos, inintencionados otros, muy poco sutiles casi todos, lo cierto es que elementos comunes a Jesús de Nazaret y Superman tampoco deberían parecernos extraños pues son consustanciales al relato clásico del héroe y se repiten en modelos que quizá sí estuvieron más cercanos a la intención de Siegel y Shuster (recordemos, eran judíos, no cristianos) como puede ser el propio Moisés, también de origen humilde, rescatado en un vehículo que cruza una larga distancia, adoptado y llamado a un mayor destino, dotado de capacidades extraordinarias y salvador de todo un pueblo.

Si Roma o el Sanedrín podían temer el potencial de un revolucionario judío de hace dos mil años debido a las ideas que podía alentar en la población de Jerusalén, el planeta entero podría temer a alguien venido de otro planeta con la capacidad de ser virtualmente indestructible. Pero podemos estar tranquilos, su causa es el bien y además, como afirma el propio protagonista “me he criado en Kansas, no podría ser más americano”. Están, pues, a salvo la paz y la libertad mundial.

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