Uno de los elementos más interesantes del filme es su retrato de los primeros cristianos, algo que puede ser útil revisar en tiempos posmodernos como los nuestrosForma parte de la rutina. Es todo un deja vu. Pero hay que ver Quo Vadis (1951) una vez al año, como hay también que ver Ben-Hur (1959) -de la que tendremos remake-, Barrabás (1961), o Los diez mandamientos (1956). En todas las televisiones occidentales lo saben. En diez años se rodaron muchas películas inmortales.
En Quo Vadis tenemos a Deborah Kerr, belleza frágil, a Robert Taylor, apuesto galán, y a Peter Ustinov, actor dos veces oscarizado como secundario, siempre bordando los papeles teñidos de locuras y extravagancias. Grandes estrellas de la interpretación que protagonizaron otras cintas clásicas como El rey y yo (1956), Ivanhoe (1952), o Espartaco (1960), respectivamente.
Quo Vadis es la adaptación de la novela histórica de un escritor polaco para muchos desconocido, Henryk Sienkiewicz. La película es una historia de amor en los tiempos de los últimos estertores del technicolor que juega a entender el encaje entre la antigua Roma y aquella nueva secta religiosa de los cristianos que se expandía por todo el imperio y más allá.
La pareja en este caso era una cristiana pelirroja, Lygia, y un general romano, Marco Vinicio. Mientras que Nerón hace de antagonista megalómano, demente e irresponsable en cuyas manos reside un poder ilimitado: alguien que no estaba de acuerdo con aquello de “dadle al César lo que es del César, y a Dios los que es de Dios”, porque él lo quería todo para sí.
De la mano de la trama vamos entendiendo lo que nos plantea el narrador al principio, que existen dos modos de ver la civilización en los años 60 después de Cristo: el romano, que cree que el orden político y social son el producto de una continuidad hegemónica conseguida por el poderío militar, compatible con la esclavitud y con la violencia; y el cristiano, más optimista, que cree que se puede construir una sociedad robusta partiendo del amor, el poner la otra mejilla y el sacrificio de la cruz que se alarga históricamente en la muerte de los mártires, que en la película aparece ejemplificada en la multitud de cristianos que son arrojados a los leones, crucificados, quemados vivos o sometidos a cualquier tipo de vejación que cruzase la enferma imaginación de Popea, la emperatriz, o del propio Nerón.
Quizás uno de los elementos más interesantes del filme, viéndolo hoy, es su retrato de los primeros cristianos, algo que puede ser útil revisar en tiempos posmodernos como los nuestros, en los que el cristianismo ha perdido en Occidente cualquier tipo de hegemonía cultural.
Viendo en el metraje a San Pablo, a San Pedro, y con ellos los primeros pasos de la Iglesia en el mundo, recordamos cosas que se leen en la Carta a Diogneto:
“Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia. Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa. Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas. Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.”
El relato de Quo Vadis es muy interesante. Podría ser una de las múltiples historias que se leen en los Hechos de los apóstoles -un conjunto de textos que también vale la pena releer hoy para entender mejor a qué nos invitaba ya el Papa Benedicto XVI y nos sigue invitando el Papa Francisco: la misericordia tiene que ver con evitar la reducción de lo religioso al ámbito político; con dedicarse a vivir afirmando al otro como a un bien; con ahondar la relación con la fuente de la alegría imposible de aquellos cristianos primitivos, que, como se aprecia en el filme, cantaban mientras eran devorados por las fieras, ante el estupor del mismísimo Nerón.