Se unieron en el Año de la Misericordia la celebración de la Encarnación y la de la PasiónAl faltar exactamente nueve meses para el Nacimiento de Jesús, la Iglesia celebra cada 25 de marzo el misterio de la Encarnación del Verbo. Al principio del Evangelio de San Juan, Jesús es llamado “Verbo” – “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14).
Verbo, del latín Verbum, significa Palabra: la Palabra Viva de Dios, el mismo Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y el Verbo se hizo carne, es decir, asume la naturaleza humana, y habitar entre nosotros como uno de nosotros: verdadero Dios y verdadero hombre.
A propósito, es importante observar que Jesús asume la naturaleza humana entera, en cuerpo y alma: cuando Jesús se vuelve humano, Él no deja de ser Dios, pero tampoco se vuelve sólo “aparentemente” humano: Él nació, lloró, necesitó de cuidados de la madre María y del padre adoptivo José, de los abuelos Ana y Joaquín…
Él creció, aprendió, trabajó, sufrió, experimentó el hambre, el cansancio, el miedo, la angustia, la tentación, el dolor físico. Sin dejar de ser Dios, Jesús es plenamente hombre – porque, para la redención, era preciso que un hombre cargase el peso de los pecados de todos los hombres, y sólo era posible que Dios mismo fuese ese hombre.
La Encarnación del Verbo, por tanto, es el profundísimo misterio cristiano desde el día supremo en que la Virgen concibió y gestó a Aquel que la engendró, volviéndose Madre de aquel que la creó, Él, que, como explica San Pablo, “aunque era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Fl 2,6-7). Este movimiento divino de encarnarse, denominado “kenosis” por la teología, es el inmenso e imponderable misterio que celebramos cada vez que rezamos el Ángelus o el Credo.
La Pasión
En este Año de la Misericordia de 2016, proclamado por el papa Francisco, se nos ha reservado una gracia extraordinaria: la fecha de la Encarnación del Hijo de Deus coincidió, excepcionalmente, con la fecha de Su Pasión y Muerte: el Viernes Santo.
En este año repleto de bendiciones, el misterio de la vida y el misterio de la muerte se unieron aún más explícitamente el 25 de marzo, fecha en que, al mismo tempo, celebramos al Dios que se hizo bebé en el seno de la Virgen María, y que “se hizo pecado”, en la expresión de las Escrituras, aunque no tenía pecado, para redimirnos de nuestros propios pecados muriendo en la cruz.
Verdadero Dios y verdadero hombre, Él se hizo concebir y vivir en la carne hasta la muerte del cuerpo, insondables misterios de fe que providencialmente se reunieron en este Año Santo de la Misericordia. ¡Se fundieron este 25 de marzo de 2016 el inicio y la consumación de nuestra redención!