Una serie arriesgada que intenta mostrar el “reverso tenebroso” de la sociedad estadounidenseLa primera temporada de la serie concluía con un resultado no especialmente positivo para alguno de los protagonistas, que pasan de un destino tan apasionante y vibrante como las escuchas con las que se intenta acabar con el narcotráfico en Baltimore… a la rutinaria y aburrida tarea de vigilar el puerto de la ciudad.
El espectador que afronte esta segunda temporada ya sospechará que no todo va a ser ni tan aburrido ni tan rutinario y que los muelles de la ciudad y los barcos que entran y salen de él serán un imán para los conflictos al margen de la ley. De hecho el seguimiento que en la primera temporada se hacía sobre los traficantes que menudeaban por los barrios más conflictivos ahora se centrará en el sindicato de estibadores portuarios.
Supone por tanto esta segunda temporada un ascenso por la pirámide “alimenticia” de una cadena trófica cuyo último escalón ya habíamos conocido en las calles y ahora se nos traslada a una fase inmediatamente anterior en cuanto a la llegada de la droga al consumidor… así como de otros productos. De hecho la temporada arranca con el hallazgo en los muelles de trece chicas muertas dentro de un contenedor, lo que apunta a la trata de blancas con destino a la prostitución. Como vemos, todo muy edificante.
Al mismo tiempo se irán sentando las bases para posteriores temporadas puesto que descubriremos que el “cabecilla” de los estibadores no está impelido por un ánimo estrictamente criminal o delictivo sino que el trasfondo para su comportamiento es la supervivencia y el bienestar de sus compañeros de profesión y sus familias, lo que en duras circunstancias le aboca a algo más que un coqueteo con el margen más oscuro de la legalidad al tiempo que comenzamos a intuir relaciones poco edificantes con el estamento político.
Y es que cuando se necesitan fondos para comprar voluntades (políticas, policiales) y no existe la disponibilidad legal de obtener ese capital el recurso fácil está demasiado próximo como para despreciarlo.
Continúa en esta temporada el retrato realista, amargo, duro, sin concesiones, de una parte de la sociedad urbana estadounidense que no suele tener protagonismo en las series televisivas habituales, más preocupadas por mostrar una edulcorada “realidad” demasiado aparente, demasiado ideal, demasiado falsa.
David Simon, el guionista y alma mater de la serie, apuesta de forma arriesgada en esta segunda temporada, puesto que en lugar de ahondar o ampliar sobre los personajes y situaciones de exitosa acogida de la primera temporada opta por transitar nuevos senderos que permiten ampliar los horizontes del ecosistema ante el que nos planta, la realidad que lanza contra nuestros ojos mientras intenta que tengamos presente que ante nosotros se está montando un teatrillo para que nos asomemos con cierta garantía de conservar la cordura a un abismo.