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Hot Girls Wanted: la explotación de uno mismo y el sentimiento de libertad

Jorge Martínez Lucena - publicado el 23/03/16

Un documental sobre cómo adolescentes normalísimas entran en la industria de la pornografía

A veces los documentales son iluminadores porque abren una brecha en tu mundo. Es lo que pasa con Hot Girls Wanted (2015), que pese a no titubear constantemente y no tener en absoluto claro aquello que defiende o afirma, muestra en esta misma forma dubitativa y en la fragilidad humana que confiesa, toda una serie de evidencias inquietantes.

Dirigida por dos mujeres, Jill Bauer y Ronna Gradus, esta cinta original de NETFLIX fue nominada al Primetime Emmy 2015 y al premio especial del jurado del prestigioso Festival de Cine de Sundance del mismo año. Trata de mostrarnos, del modo más banal y casero, cómo chicas mayores de dieciocho años de todo Estados Unidos entran, la mayor parte de ellas coyunturalmente, en el mundo del porno amateur, respondiendo a ridículos anuncios de internet en que se ofrece rodar escenas porno y ganarse bien la vida con ello. Las imágenes no son nada explícitas. Todo lo contrario, tienen un aire a casa vacacional poblada por una panda de colegas flotantes en una especie de amniótica cotidianidad.

La mayor parte de la acción se sitúa en la casa de Riley Reynolds, actor porno que capta a las muchachas poniendo el cebo en el anzuelo de internet. Allí van llegando las candidatas de diferentes rincones de América. Riley les paga el billete hasta Miami, les da alojamiento, les busca trabajo y les da la bienvenida a lo que se presenta como la gran familia del porno. La cámara se centra en la convivencia cotidiana de esos chicos, amigos ellos, y actrices y actores, que parecen vivir en una especie de somnolienta superficialidad que recuerda a Friends (1994-2004), pero sin gracia ni frescura ni genialidad alguna.

Continuos primeros planos en posturas de abandono. Riley, el gerente de esa sui generis agencia de modelos, da porcentajes: cuantas chicas llegan cada mes; cuántas escenas suele rodar cada una de las chicas que llega; cuánto tiempo les dura su ilusión del sueño americano en la industria pornográfica e intentan dar razón de la opción de vida que han tomado; las pocas chicas que pasan de los tres meses en el intento; etc.

Las chicas son normales, como las hijas de cualquier amigo pero desnortadas, en busca de algo que no saben muy bien qué es: ¿dinero, fama, libertad, fugarse de sus respectivos entornos, independizarse? Miran a la cámara y piensan en voz alta, contándonos pedazos de sus historias en las que el mundo las ha apisonado sin dejar más huella que una tenue traza de inconsciencia.

Escuchando las sonámbulas explicaciones de estas adolescentes quemadas por el calor de las estrellas, crece en mí el estupor y vuelve a mi memoria una frase de Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia: “la explotación de uno mismo es mucho más efectiva que la explotación del otro, porque va acompañada del sentimiento de libertad”. El sistema no se contenta con inculcarnos a fuego que no existiremos si no somos vistos y reconocidos por los “me gusta” de los demás, sino que también nos convence de que no hay nada ni nadie que escape a la categoría de mercancía.

Partiendo de estas dos premisas vemos cómo las chicas sacan sus propias conclusiones y -tras desengaños afectivos con el novio, que las utilizó; o ante los padres, que no supieron comunicar la pasión por sus ideales, si es que los tenían- deciden sacar partido y rendimiento de lo único que creen tener: su propio cuerpo.

Incluso vemos a Tressa Siguero, una chica muy normalita de Texas, intentando entender la contradicción que siente por el hecho de tener novio y dedicarse a lo que se dedica. Aparece también su madre que no acaba de entender por qué su hija ha tomado ese nuevo rumbo y le pide que se lo diga a su padre, sabiendo que le romperá el corazón.

Tressa no sabe por qué se siente mal si nada de lo que está haciendo es malo. Rueda porno sin protección –esa es la razón de que la industria se haya trasladado de California a Florida: allí ya no está permitido rodar sin preservativo-, sufre una analítica bisemanal para el control de enfermedades venéreas, padece severas vulvovaginitis ocasionadas por el sobreuso de sus genitales y por las vejaciones a las que los somete para el supuesto deleite de los ubérrimos consumidores de ciber-porno; etc. Y todo ese sacrificio vale la pena porque su popularidad en twitter se dispara. Pero, extrañamente, ella no acaba de verlo y su novio Kendall se siente muy incómodo y no quiere quitarle la libertad porque la quiere, aunque al final le pide que lo deje y Tressa lo hace, dejando atrás aquella casa de chicas con tan elevada rotación.

El documental desconcierta, y mucho, porque uno al final se pregunta por qué estas chicas se han prestado a protagonizar una película de estas características. Lo único que se me ocurre es el exhibicionismo del reality: sólo lo hacen para ser un poco más actrices, más conocidas, más populares, para escalar un pelín más en la ardua escalada hacia la fama. Conclusión: Uno se siente como atrapado en este claustrofóbico laberinto de espejos negros. Cuando se quiere defender la intimidad con una cámara, esta se acaba volviendo hacia nosotros con una mueca de burla que parece desbancar todo pudor.

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