12ª Estación: Jesús muere en la cruz
Oración: Te adoramos oh Cristo porque por tu santa cruz redimiste al mundo
Hasta la cumbre. Es el testamento espiritual de Pablo Domínguez. Sacerdote de la diócesis de Madrid, decano de San Dámaso, que fallecía en un accidente en el Monte Moncayo el 15 de febrero de 2009 junto con una compañera y profesora.
La última cima, la de cualquiera de los cerca de 500.000 sacerdotes que existen en el mundo, se conquista desde el amor a la Iglesia, la contemplación de las maravillas de Dios (Pablo murió en la montaña), la alegría y el acompañamiento en la fe a cuantos necesitan una palabra, un silencio o simplemente un pequeño empuje.
Minutos antes de morir en el Moncayo, Pablo, llamaba por teléfono móvil a su familia y les decía: «He llegado a la cima».
La generosidad, el perdón, la sencillez o la humildad, la fortaleza interior o el trabajo constante en pro del evangelio es la antítesis de aquella otra imagen que los medios de comunicación social nos presentan del sacerdote.
Frente a los que intentan alcanzar cimas de pretendido poder, el Año de la Misericordia nos invita a ser grandes sirviendo, cobijando a los que no saben dónde ni cómo vivir.
Frente a los que intentan aislarse de los problemas de los demás, el Evangelio nos empuja para subir las cotas de los que sufren en la enfermedad, liberar a los que se encuentran presos de la depresión, la tristeza, la amargura o la falta de horizontes.
Frente a los que sólo persiguen escalar un ministerio sacerdotal como un reto o un fin, el Año de la Misericordia nos recuerda nuestra vocación basada en la justicia que más agrada a Dios: el bien del hombre.
Las obras de misericordia en sus dos vertientes, espirituales y corporales, son el termómetro que nos señala si estamos en la cima del verdadero sacerdocio o, tal vez, en un terreno cómodo y sin más obligaciones que el cumplir los mínimos.
¿Vivimos como discípulos de Cristo? Contrastemos nuestra existencia y dedicación con las 14 obras de misericordia y la respuesta saldrá por sí misma.
«Hablar de Dios carece de sentido (es la idea que se intenta trasmitir). No es verdad. Buscar a Dios es una preocupación del hombre. Los límites tienen dos partes: lo que vemos y lo que no vemos. Dejémonos conducir por lo que no vemos y, entonces, veremos que no es que nosotros somos los que buscamos a
Dios sino que es Él quien nos busca a nosotros. Es cuestión de mirar donde el mundo, tal vez, nos impide hacerlo». Fueron unas de las últimas frases de Pablo Domínguez a sus alumnos.
Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí