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Moneyball: Lo que se gana sabiendo perder

Enrique Anrubia - publicado el 17/03/16

Sólo desde el reconocimiento de la inclemente y a veces demasiada honesta realidad de quién y cómo es uno, se puede empezar a hacer algo

Un hombre, que no está al borde de la desesperación, ha descubierto un problema. Uno de esos problemas que, como casi todos, ha sido comprendido a base de repetidos cabezazos contra la pared: “Fui, y caí. Volví, y sucedió lo mismo”. Es esta la historia de Moneyball. Pero como la gran película que es, tiene más aristas: no sólo es la historia de un problema que únicamente se soluciona arriesgando sino sobre todo, y esto es lo mejor, volviendo a perder. Así que, también es la historia de lo que se gana perdiendo, de lo que significa perder y la de una sus posibles figuras. Y es una historia verídica.

Durante años, los Athletic’s de Oakland, un equipo americano de béisbol (las “Major”), han perdido las eliminatorias. El sistema es sencillo: una liga, se clasifican los mejores y luego un play-off. Los Athletic’s consiguen clasificarse básicamente siempre, pero también siempre caen en el primer partido de los play-off. Su rutina es esa pérdida del “último partido de la temporada”: año tras año tras año pierden, que es tanto como decir esa y la misma pared repetidamente contra nuestras cabezas. La historia es totalmente real, y reales son sus protagonistas, pero no menos buenos son quienes los encarnan: Brad Pitt como Billy Beane, el director deportivo de los Athletic’s y Jonah Hill como Peter Brand, su nuevo asistente (la pareja que conforman y sus actuaciones son de Óscar).

Tras la última derrota Billy Beane (Brad Pitt) se reúne con su grupo directivo para explicarles que la derrota permanente es la consecuencia del problema pero que el problema como tal es este: “Hay equipos ricos, equipos pobres, luego 50 pies de basura, y entonces estamos nosotros”. Es el equipo más pobre de la liga y no puede competir contra los grandes presupuestos de los grandes equipos. No tienen jugadores que puedan dar la vuelta al partido, no tiene presupuesto para fichar a quienes necesitan, y si cada año algunos de sus jugadores sobresale es inmediatamente contratado por un equipo mejor que le puede pagar más.

Algunas de las interpretaciones que se han hecho de la película han partido sólo y únicamente desde este punto: el monetario. El problema es económico, así que la solución pasa por mejorar o suplir lo económico con otras soluciones distintas. Otras lecturas han sido más desde el prisma del coaching o management: utilizar nuevas estrategias empresariales para problemas aparentemente viejos e insolubles. Ambas lecturas, sin ser falsas y desaprovechables, dejan muy por debajo la valía de Moneyball.

Porque no hay que dejarse engañar por el título: Moneyball no va sobre dinero, ni sobre cálculos empresariales para dirigir un equipo de beisbol, va sobre algo mucho más. Tal es así que una de las últimas frases de su protagonista es: “Durante mi vida, tomé una decisión personal basada en el dinero, y juré no hacerlo nunca jamás”. Así que el dinero es el inicio, Moneyball su título, pero el cuajo del asunto está en otro sitio y tiene otros colores.

Aunque el comienzo de la película es el fracaso de los Athletic´s, paralela a esa historia se cuenta la del propio Billy Beane en su juventud. Beane era un adolescente y brillante atleta en el instituto. Tanto lo era, que fue fichado por un equipo profesional de beisbol incluso antes de entrar en la universidad (tenía la oferta de una beca deportiva en Stanford, una de las mejores universidades del mundo, la cual rechazó). Era, aparentemente, un caballo ganador, lo tenía todo deportivamente hablando, sólo le faltaba una cosa: enfrentarse con gente profesional.

Poco a poco, y mediante flashbacks muy bien colocados, se nos va a mostrar el fracaso de Beane: aparentemente lo tenía todo, pero sólo aparentemente. Nadie supo, ni el propio Beane, reconocer a tiempo su imperfección tras todo esa fatua de brillantes cualidades. Sólo al final Beane, el ya no tan joven Beane, ha de reconocer: “quiero ser ojeador de jugadores, no soy un jugador de beisbol”. Su vida como jugador ha sido un fracaso desde el principio. Y menos mal que así ha sido, porque si hubiera tenido cierto éxito al principio, hubiera sucedido la peor de las perores situaciones posibles: quien no reconoce su imperfección y defectos a tiempo sólo obtendrá la victoria del momento.

Es duro decir eso, pues el reconocimiento del defecto no elimina el deseo en el corazón: a veces deseamos que las cosas no sean como son (ser jugador de beisbol), pero lo son. Así que sólo desde el reconocimiento de la inclemente y a veces demasiada honesta realidad de quién y cómo es uno se puede empezar a hacer algo. Lo mismo sucede con los Athletic’s: son un equipo por debajo de la basura aunque no lo deseen, y sólo desde ahí pueden empezar a trabajar.

Eso requiere de un segundo momento, a saber, tener una nueva mirada sobre la imperfección y el defecto. Al mirarse honestamente a sí mismo y a su equipo, Beane ha entendido que parte de la solución es lanzar una nueva mirada sobre lo que es pretendidamente un defecto. En este caso, esa nueva mirada se dará a través de las matemáticas y las estadísticas de los jugadores.

Y ahí entra el personaje de Jonah Hill como Peter Brand, el jovenzuelo y recién licenciado en económicas que a través de formulas matemáticas es capaz de ver virtudes escondidas en jugadores repudiados por los demás equipos. Son jugadores llenos de imperfecciones, y, por eso mismo, los rechazan y no son contratados o son infravalorados. No son perfectos, pero tienen en ese cúmulo de imperfecciones una virtud atlética que es tapada por el conjunto de sus defectos.

La cita es memorable: “usando una relectura de las estadísticas (de los jugadores) encontraremos el valor de jugadores que nadie más puede ver. La gente en el beisbol examina una serie de razones parciales y percibe los defectos: edad, apariencia, personalidad […] Billy, de los 20.000 jugadores que vamos a evaluar, creo que hay un equipo campeón de 25 personas que podemos pagar. Porque todo el mundo en el negocio del beisbol los infravalora como si fueran una isla de juguetes rotos”.

Las matemáticas y las estadísticas son sólo un camino que Perter Brand le ofrece a Billy Beane para ver lo que otros no ven o lo que se queda oculto por falta de atención. Hay muchas técnicas de maquillaje de esos defectos, de automedicarnos con un placebo que en el fondo es una zancadilla y que quiere evitar que nos digamos: tienes un defecto real, y entre esos muchísimos defectos, también tienes una virtud igual de real.

Pero reconocer las imperfecciones no es suficiente. Para que no se quede todo en teoría y en falsas y calmantes palabras que en el fondo hacen que todo se apacigüe por un tiempo pero que todo siga igual, hay que jugársela. Billy Beane empieza a contratar los jugadores que nadie quiere: todo su equipo deportivo y directivo está en contra, su entrenador también, la afición del club también, incluso la perplejidad de algunos de esos nuevos jugadores que no acaban de creerse que para Beane ellos son fundamentales. Beane y Brand han ideado un equipo donde la mayoría de sus jugadores son defectuosos atléticamente, pero que tienen al menos una cualidad especial. Han de jugar todos a la vez, pues el defecto de uno lo va a suplir la virtud de otro. Si no juegan a la vez, el desastre será mayúsculo. Y así es: como nadie comparte su visión, ni siquiera el entrenador pone el equipo tal y como Beane y Brand lo han ideado. Va a ser el peor comienzo de temporada de la historia del equipo.

Llega un momento en que Beane va a tomar una decisión radical para cambiar la situación y hacer que ese equipo que ha diseñado entre en la cancha. La escena es fantástica, y el diálogo genial:

“Peter Brand: Billy, este es el tipo de decisión por la que eres despedido.

Billy Beane: Sí, tienes razón. Puedo perder mi trabajo. En tal caso seré un hombre de cuarenta años con únicamente un diploma de instituto y una hija a la que me gustaría pagarle la universidad. Tú serás un joven con un título de la Universidad de Yale y un impresionante curriculum de prácticas. Así que no creo que nos estemos planteando la pregunta correcta. Creo que la pregunta que deberíamos plantearnos es: “¿Tú crees en esto o no?”.

Peter Brand: Sí, creo.

Billy Beane: Es un problema si piensas que necesitamos dar explicaciones de esto a los demás. No lo hagas. A nadie.

Peter Brand: De acuerdo”

Pero ese jugársela y no dar explicaciones a todo el mundo no es arrogancia, sino que trae como consecuencia la verdadera sensación de quién apuesta por alguien: la vulnerabilidad. El saberse vulnerable y frágil no sólo emocional sino física y materialmente. A lo largo de la película esa fragilidad, que ha de ser conscientemente mantenida, que no se ha de apartar, es retratada de manera delicada y magistral en la relación de Beane con su hija, y en la canción que ésta le canta y que aparecerá, cuál una estrella reveladora, en una par de ocasiones en la

.

Este va a ser, a grandes, rasgos, el entramado de la película. La historia real de un equipo de beisbol perdedor. El desarrollo y el desenlace quedan a disposición de los ojos del espectador. Nada más se va desvelar aquí.

Uno de los muchos valores y lecturas de la película es que hay que afirmar con rotundidad la pérdida (sea un partido o sea un ser querido) a fuerza de evitar edulcorantes que camuflen la realidad, pero hay que saber también de verdad qué se pierde para poder vivirlo.

Billy Beane lo vuelve a decir en otra escena:

“Billy Beane: Pete, perdimos. Hemos perdido.

Peter Brand: Sólo han pasado unos días. Date un tiempo para superarlo.

Billy Beane: Sabes, yo… yo no supero estas cosas. Nunca”.

Y es que sólo hay una forma de perder ganando, a saber, aprendiendo. Sólo quien aprende a perder, puede ganar perdiendo. Se dice rápido, pero no lo es. Porque aprender de la pérdida, lo que se dice de verdad aprender, es algo que muy pocos saben hacer. Es más fácil edulcorar, dejar pasar el tiempo y luego tocar esa pérdida (ese defecto o imperfección) como uno toca los panes o los tomates en el supermercado: eligiendo a su gusto y siguiendo más o menos igual. Solemos traducir nuestros fracasos en términos emocionales o psicológicos: ahora es un recuerdo, ahora aquello es una experiencia más, y ya está. Y en ese “ya está” no hemos ganado nada, no hemos ganado lo único que podemos ganar de verdad: a nosotros mismos.

¿Qué has visto, y yo no, para arriesgarlo todo, para poner tu vida en la fina línea del fracaso total y aún así continuar? Que la vida está en la mirada. Alguien posa sus ojos de un modo inédito sobre nosotros y ya nada vuelve a ser igual. Cuando vean la película lo entenderán.

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