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Necesitamos obispos que amen verdaderamente la libertad de los laicos

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Marko Vombergar

Jaime Septién - publicado el 15/03/16

Entrevista al filósofo Rodrigo Guerra, que ofrece una visión de lo que el Papa quiere para el laicado latinoamericano en el siglo XXI

El Papa Francisco ha invitado a los laicos de América Latina a participar en primera persona en la vida pública de sus países. Esto lo hizo al concluir la sesión plenaria –en Roma– de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), a cuyo frente está el cardenal canadiense Marc Ouellet.

Abordando el tema de la sesión plenaria, el Papa Francisco advirtió, sin embargo, sobre dos grandes vicios de la relación entre los laicos y la jerarquía: el clericalismo y el pelagianismo, siendo el primero tal vez el más extendido y pernicioso, pues reduce al laico a una especie de colaborador del sacerdote o a un actor pasivo cuya acción se limita a seguir las consignas de los clérigos.

El mexicano Rodrigo Guerra es laico, filósofo, y fue uno de los tres laicos que participaron en la Asamblea. Guerra participó como conferencista y ofrece una visión de lo que el Papa quiere para el laicado latinoamericano en el siglo XXI:

¿Qué significa que un laico como usted asista a una Asamblea reservada para cardenales y unos pocos arzobispos?

Desde que recibí la invitación por parte del cardenal (Marc) Ouellet se me compartió que era una situación excepcional ya que en efecto la CAL es una instancia de exclusiva competencia episcopal. Sin embargo, por una parte el tema de la reunión de alguna manera abría el espacio: “El compromiso indispensable de los laicos en la vida pública”.

Y por otra, la presencia de Guzmán Carriquiry, gran maestro y amigo entrañable, es de suyo ya un signo de aprecio de la Iglesia al aporte laical. Él trabaja en la CAL como secretario con funciones de vicepresidente. En la reunión también me dio mucho gusto conocer a Juan Grabois de la Confederación de los Trabajadores de Economía Popular (Argentina) y colaborador estrecho del Papa Francisco en la organización de los encuentros con movimientos populares, quien también fue convocado.


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La teología del laicado parece haber recibido su definición definitiva con la Exhortación Christifideles laici de San Juan Pablo II. ¿Es posible decir algo nuevo sobre este tema en la actualidad?

La enseñanza del Concilio Vaticano II y de los papas nos muestra que siempre es posible profundizar más, tanto en el depósito de la fe como en la comprensión de los desafíos sociales que requerimos atender. La identidad y vocación de los fieles laicos –precisamente– se delimita en base a estos dos parámetros, por ello, tiene que continuar siendo objeto de reflexión y de puesta al día.

Por otra parte, en la actualidad es un hecho que en la Iglesia la gran mayoría repetimos la doctrina conciliar sobre los laicos pero aún falta mucho para que realmente exista una cultura viva que haya superado el feo vicio del clericalismo.

¿Cuál es el problema de fondo con el “feo vicio” del clericalismo?

El clericalismo aparece siempre que no se comprende la naturaleza del bautismo y se opta de manera tácita o explícita por una consideración del ministerio sacerdotal como paradigma de vida cristiana.

Si a esto se le suma una tendencia a concebir al “laico comprometido” principalmente como aquel que se dedica a labores intraeclesiales, a ayudar al sacerdote, a servir en el altar o a dar pláticas presacramentales, entonces tenemos ya los ingredientes de una receta terrible: la misión propia de los fieles laicos se diluye y volvemos al viejo esquema de ser colaboradores del apostolado jerárquico y no cristianos llamados a santificarnos transformando el mundo según Cristo de una manera secular. Esto sucede en muchos espacios y ambientes de América Latina y no está bien.

¿Cuáles son las causas de este fenómeno?

Por una parte muchos pastores aunque a nivel teórico repiten la doctrina más ortodoxa aún tienen miedo de formar laicos adultos en la fe. Esto significa, desde un punto de vista laical, cristianos a título pleno, libres, autónomos en nuestras decisiones al interior de las estructuras del mundo.

Por ello, necesitamos una nueva generación de pastores que amen verdaderamente la libertad de los fieles laicos y que no tengan miedo de que en un cierto momento emprendamos bajo nuestra propia responsabilidad proyectos de transformación social, cultural y eventualmente política. Sin nuevos pastores no habrá nuevos laicos.

¿Recuperar una mirada en “primera persona” puede ayudar a que también los laicos participen más plenamente en la Iglesia en América Latina?

Así es. Sin un “yo” que asuma el desafío del seguimiento radical no habrá un hombre nuevo que colabore a hacer nuevas todas las cosas. Este esfuerzo de conversión y seguimiento parece un esfuerzo titánico de la voluntad pero no es así. El yo frágil y mísero que veo en el espejo cada mañana no se puede salvar a sí mismo.

Si no se descubre la raíz del yo la persona se derrumba tarde o temprano doblada a causa de su propia suciedad. La raíz del yo es el Tú que nos pronuncia y nos mira desde siempre con ternura y compasión. Francisco nos lo ha dicho casi al final de su visita a México utilizando algunos versos de Octavio Paz: “Soy hombre: duro poco y es enorme la noche”, es decir, mi oscuridad es patente. Pero “miro hacia arriba. Las estrellas escriben. Sin entender comprendo: también soy escritura. Y en este mismo instante Alguien me deletrea”.

Aquí esta la clave para un nuevo protagonismo de los fieles laicos en la vida de la sociedad y de la Iglesia. No estamos solos. Existe Otro que nos sostiene y nos pronuncia. Existe Otro que me mira con misericordia y me invita a ser simplemente cristiano en medio del mundo, a título pleno, con alegría y sin temor.

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