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¿Por qué comulgar por lo menos una vez al año?

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P. Paulo Ricardo - publicado el 09/03/16

Una mirada histórica a uno de los preceptos básicos para un católico

¿Por qué el tercer mandamiento de la Iglesia pide a los católicos que comulguen por lo menos una vez al año, con ocasión de la Pascua de resurrección? ¿No sería muy poco comulgar sólo una vez al año?

De acuerdo con las diferentes situaciones a lo largo de la historia, la Iglesia ha ido tomando diferentes posturas. Mientras que en algunas épocas predominó un rigorismo, y las personas sólo raramente se acercaban a la comunión, hoy muchos viven una cierta relajación en la recepción de la Eucaristía y algunos ni siquiera tienen escrúpulos por comulgar en pecado mortal.

La Iglesia, sin embargo, posee la justa medida a este respecto.




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Para entender la historia de este tercer mandamiento, santo Tomás de Aquino explica que la Iglesia ha ido adaptando las normas a las distintas situaciones.

Por ejemplo, en la Iglesia primitiva, “cuando más fuerte era el fervor de la fe cristiana, se estableció que los fieles comulgaran diariamente”, y según estableció el papa Anacleto, los que no comulgaban diariamente podían considerarse excomulgados.

Con el tiempo, al ir apagándose el fervor de la fe, prosigue santo Tomás, el papa Fabián permitió que todos comulgasen, si no tan frecuentemente, al menos tres veces al año, a saber, en Pascua, en Pentecostés y en la Natividad del Señor.

Y conforme pasó el tiempo, “al crecer cada vez más la iniquidad y enfriarse la caridad de la mayoría (Mt 24,12), Inocencio III determinó que los fieles comulgasen una vez al año al menos, o sea, en tiempo de Pascua.

Sin embargo, en el libro De ecclesiasticis dogmatibusse aconseja que se comulgue todos los domingos” [1]. Esta obligación de confesarse y comulgar al menos por Pascua quedó definitivamente establecida en el IV Concilio de Letrán [2].

Mala interpretación 

Desgraciadamente, con el pasar del tiempo, el pueblo cristiano fue incorporando una mentalidad rigorista acerca de la Eucaristía.

Con la herejía jansenista, en el siglo XVII, la situación se agravó aún más. Como ejemplo, en un libro que se volvió popular en Francia –con el título De la frèquente comunión (Sobre la comunión frecuente)- , su autor, Antoine Arnauld, llegaba a insinuar que, para comulgar, sería necesario no solamente estar sin pecados veniales, sino también libre de las penas debidas a los pecados. En pocas palabras, hizo de la Eucaristía un “premio para los buenos”.

Esa obra hizo que las personas se apartaran de la comunión y haría suspirar a santa Teresita del Niño Jesús, al final del siglo XIX, por no poder recibir la comunión con tanta frecuencia como lo desearía [3].

Años más tarde, atendiendo a las peticiones de Teresita, el papa san Pío X, gran admirador de la santa carmelita, incentivó a los fieles, con su extraordinario tino pastoral, a la comunión frecuente.

Durante su pontificado, publicó varios decretos y discursos sobre el asunto, quedando conocido, por eso, como el “papa de la Eucaristía”.

En 1910, en el decreto Quam Singulari [5], el papa también habló de la importancia de la comunión para los niños. Estas enseñanzas son la formula básica de la Iglesia y son válidas hasta nuestros días, como lo dice el Catecismo de la Iglesia católica actual:

“El tercer mandamiento (recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua) garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana” [6].

Mejor que ofrecer a Dios el mínimo, es comulgar con frecuencia, de acuerdo con las debidas disposiciones y con el deseo siempre ardiente de santificarnos.

Referencias

  1. Suma Teológica, III, c. 80, a 10, ad 5
  2. IV Concilio de Letrán, cap 21: DS 812
  3. Cf. Santa Teresita del Niño Jesús, Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso: “¡Ay !, no puedo recibir la sagrada Comunión con la frecuencia que deseo pero, Señor,¿ no eres Tú todopoderoso… ? Quédate en mí como en el sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia…”
  4. Cf. Decreto “Sacra Tridentina Synodus”, 20 dez. 1905:DS3375-3383
  5. Cf. Decreto de la Sagrada Congregaçión de los Sacramentos “Quam singulari”, 8 out. 1910:DS3530-3536
  6. Catecismo de la Iglesia católica, 2042
  7. Código de Derecho Canónico, can. 920, § 2

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