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Me peleo con mi pareja ¿y lo cuento en Facebook a todo el mundo?

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Orfa Astorga - publicado el 08/03/16

Exhibir la intimidad familiar en las redes sociales puede hacer mucho daño a los seres más queridos

Cada vez es más frecuente escuchar diferentes quejas sobre atentados contra la intimidad personal, que dañan gravemente las relaciones de noviazgo, conyugales, familiares o de amigos cercanos. Voces como:

  • “Mi esposa y yo tenemos problemas y ella los ha ventilado en facebook adelantando que quizá se divorcie, de esa forma, ella está haciendo que eso se convierta cada vez más en realidad, y no era lo que buscábamos, me ha exhibido ante propios y extraños”.
  • “Mi hija ha criticado a su mejor amiga por internet y ha colgado fotos impropias, estamos apenadísimos”.
  • “Hemos castigado a nuestra hija, y lo ha puesto en internet comentando intimidades de la familia”
  • “El novio de mi hija, excelente muchacho, ha terminado la relación porque ella ha compartido en internet sus confidencias”

La intimidad es lo más propio de una persona, lo que guarda en su interior y solo lo comunica a las personas en que más confía. Cuando hablamos del trato entre personas, la intimidad significa máxima confianza, de tal modo que muchos de los pensamientos, opiniones o datos personales solo se comunican a los más próximos.

Existe en la mayor parte del mundo un derecho a la intimidad, de modo que las personas y sus acciones están protegidas por la ley para que no se publiquen sin su consentimiento.

En las redes sociales, la intimidad propia y ajena es un valor que se pierde cada vez más.

Se manifiesta en la falta de control de lo que se comparte, ya que no solo se comenta o publica visualmente lo que no se debe, sino que además no se cuida la forma de hacerlo.

Las personas van perdiendo la capacidad de considerar que lo que va a compartir puede demeritarla a sí misma, molestar o hacer sufrir a otras personas sin ninguna necesidad.

Pareciera además, que lo hacen ante un reducido grupo de amigos que pueden interesarse por sus cosas, cuando en realidad se exhiben ante cientos o miles de personas en las redes sociales; como el absurdo y grotesco correo que puede ser reenviado a cientos de personas denigrando a quienes participan aunque ya no se den cuenta.

Se va creando así una cultura con rasgos que en vez de unir a las personas, termina obstruyendo y dañando las auténticas relaciones.

Algunos son:

1. Espontaneidad en vez de autenticidad. La intimidad se comparte con la máxima confianza en el ejercicio de la sinceridad, y esta tiene sus límites, mismos que se desconocen cuando se deja de lado la discreción en cosas íntimas, se es vulgar y grosero confundiendo la desvergüenza de la espontaneidad con la autenticidad que se finca en los valores, pues todo se comparte o ventila delante de los demás, sin respeto y sin reconocer esa zona íntima y por lo tanto reservada en la persona, en la familia o en el grupo de amigos.

“He roto con mi novio”. Cinco palabras y un click son suficientes para que los ciento treinta amigos de Facebook se actualicen en la intimidad de su vida afectiva, mismos que a su vez lo habrán de compartir a sus respectivos amigos en una absurda pirámide de exhibición despersonalizante de quien compartió en principio.

2. Compartir juicios sin ser conscientes del daño que se puede hacer. Se emiten juicios de los demás, las más de las veces en forma precipitada, por emulación o contagio y siempre faltando a la caridad.

Se difama con mucha facilidad provocando rupturas, distanciamientos, rencores y en algunos casos extremos, el suicidio. Juicios que atraviesan todos los espacios y llegan a los rincones más inverosímiles causando daños irreparables.

3. Exhibicionismo. Se comparte mucho de lo que se hace, colgando fotos sin ton ni son y expresando lo se piensa, lo que se siente, los gustos, opiniones, sobre cualquier cosa o banalidad, festejando con atolondramiento la afición por lo placentero, el consumismo, lo muy divertido o sensacional, exponiéndose en el aparador de una vida llena de frivolidades.

Todo en tiempo real gracias a las redes sociales o al teléfono móvil; y todo queda grabado, pasando a formar parte de la memoria colectiva del internet, es decir ante el gran público. Como un libro abierto.

4. Recurrir a los límites del lenguaje “no verbal”. Como el texto escrito no va a acompañado de gestos, miradas, sonrisas o tono de voz, que son otra importante forma de comunicación personal, se convierte en instrumento de manipulación.

No es fácil distinguir entre la sinceridad y el cinismo, la burla o manipulación, porque en el mundo de las relaciones virtuales no se conocen las personas, mismas que esconden su rostro tras los textos. Y es en esta forma como se pretende una absurda y peligrosa relación de amistad y confidencia.

5. Infidelidades. Más de un matrimonio o un noviazgo se ha deshecho o ha resultado gravemente dañado al encontrarse en aquel móvil u ordenador el mensaje de confidencia íntima o tono amoroso con un “alguien sin rostro”.

Un tercero que ofrece comprensión, reconocimiento, apoyo. Un alguien capaz de resolver sentimientos de inseguridad, frustración, fracasos… Un tercero que apareció en las encrucijadas de las redes y con el que se jugaba aparentenme sin riesgo y en secreto.

6. Pérdida de tiempo. Se pierde hablando demasiado por llamar la atención, por afición a la murmuración, por no tener cosas que hacer, por muchos otros motivos y siempre por una gran irreflexión.

La tecnología de la comunicación es un gran avance que tiene la virtud de poder acercar a las personas en una auténtica coexistencia sin importar geografías, pero a la vez se ha convertido en instrumento de relaciones empobrecidas, en las que se intenta convertir la riqueza de un verdadero intercambio personal, en “una realidad virtual” donde la imprudencia y la exposición de la intimidad van de la mano.

En esta exhibición, lo público y lo privado no son distinguidos muchas veces en la ingenuidad de quien piensa que todos los observadores son tan inocentes como él.

Por Orfa Astorga de Lira, orientadora familiar. Máster en matrimonio y familia por la Universidad de Navarra

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