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¿Hay que intentar ser perfecto?

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Joan Antoni Mateo - publicado el 03/03/16

La autoexigencia excesiva y el perfeccionismo provocan mucha culpa...

Durante unos años me tocó trabajar con una persona que era muy difícil. Creía que todo debíamos hacerlo perfecto, sin ningún fallo. Siempre criticaba nuestros errores, nos hacía sentir muy mal y nos decía que “Jesús nos mandó ser perfectos”. Creo que ser perfecto es imposible y nunca he logrado entender esta enseñanza de Jesús que, por otra parte, nos dice que somos pecadores…

Su consulta me parece muy oportuna en pleno Año de la Misericordia. De entrada le diría que esta persona, desde una perspectiva nítidamente cristiana, era muy poco “perfecta”, pues no es propio de un cristiano humillar y mortificar al prójimo de esta manera.

Estas personas con obsesión de perfección que no se perdonan ningún error y que, si tienen puestos de responsabilidad, son un verdadero tormento para sus semejantes, son personas enfermas, humana y espiritualmente enfermas.

Leía hace poco las declaraciones de una sensata psicóloga que decía que la autoexigencia excesiva y el perfeccionismo provocan mucha culpa, impiden la felicidad y nos hacen muy intolerantes fuera y dentro.

Nunca he entendido a alguien que se presenta “perfecto”, pues, desde una antropología realista, el ser humano es esencialmente imperfecto, inacabado y llamado a recorrer todo un proceso de superación que solo culmina con la muerte.

Vamos ahora a aclarar el dicho de Jesús según el cual hay que ser “perfectos”. Tal vez lo entenderíamos mejor si tuviéramos en cuenta que lo que en realidad dijo el Señor es “ser misericordiosos con el Padre”.

Y nos equivocaríamos y mucho si pensáramos que Jesús se refiere a una perfección ética que podemos alcanzar solo con nuestro esfuerzo.

Jesús nos dice todo lo contrario: la perfección cristiana es una tarea imposible desde la autosuficiencia y solo es alcanzable como don que Dios realiza en nosotros cuando nos dejamos transformar por obra del Espíritu en hijos de Dios.

Y esta perfección es la perfección en el amor, en una vida de comunión y misericordia que Dios nos concede. Creer es acoger esta vida, es dejarnos transformar por Dios.

En esta perspectiva entenderá muy bien el lema del Año de la Misericordia: “Misericordiosos como el Padre”.

Dios tiene entrañas de misericordia, se conmueve apasionadamente por su criatura, quiere llevarla a la felicidad a pesar de su pecado.

Y cuando nosotros acogemos esta misericordia nos volvemos misericordiosos, y como Jesús manifestamos la misericordia del Padre en una vida nueva que es don.

Y, siendo misericordiosos, lo manifestaremos en “obras de misericordia” y una de ellas es la comprensión, indulgencia y paciencia ante los errores y defectos de nuestros hermanos.

Artículo publicado originalmente por Catalunya Cristiana (número del 4 de marzo de 2016)

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