Seguir la pista de las obras del maestro del trecento italiano puede llevarte a recorrer el mundo
Una de las salas del Metropolitan Museum de Nueva York, específicamente la galería 602, es conocida como la sala de “Giotto y la Revolución Pictórica”.
Al entrar a la galería, un texto curatorial adosado a una de las paredes señala que uno de los contemporáneos del maestro del trecento italiano escribió que “Giotto tradujo el arte de la pintura del griego al latín y, así, la hizo moderna”.
Si no es exagerado decir que el mercantilismo florentino transformó la cultura europea del siglo XIV en su totalidad, junto a la poesía de Dante y Petrarca y el Decameron de Bocaccio, tampoco lo es afirmar que Giotto hizo lo propio con las artes plásticas. Su dominio del espacio pictórico, su construcción de la perspectiva lineal y la solidez de sus figuras le hicieron no sólo la figura principal de este período, sino también un punto de inflexión definitivo en la historia del arte occidental.
En la galería 602 del Metropolitan, la Epifanía de Giotto, pintada por el maestro aproximadamente en el 1320, está expuesta junto a una Madonna bizantina de Berlinghero, quizá datada en 1230. El contraste entre ambas es notorio, y han sido puestas una junto a la otra muy a propósito. La pieza de Giotto es dramática, narrativa, dotada de una nueva humanidad inédita, cuando se le compara con sus pares medievales.
Pero Giotto, obviamente, no está sólo en Nueva York. De hecho, la pieza del Metropolitan podría casi considerarse una excepción. Para admirar al maestro Di Bondone en todo su esplendor, es preciso cruzar el Atlántico.
Y quizá la puerta para ingresar a Europa sea, en este caso, Madrid. Más específicamente, el Museo Nacional del Prado. Aquí, la colección de pintura italiana es la segunda más grande (y la segunda más importante) de todo el museo después de, naturalmente, la colección de arte español.
El Prado atesora piezas de dos de los discípulos más destacados de Giotto: Tadeo Gaddi y Francisco Traini pero, además, conserva una rareza excepcional: una aguada en colores y oro líquido, sobre papel, de Lorenzo Mónaco, hecha en 1838. Se trata de una imagen de San Gabriel que el artista ha identificado como una “copia de un cuadro de Giotto”. Obviamente, si aparece San Gabriel, debe tratarse de una Anunciación, pero ¿cuál? ¿O quizá el artista se equivocó y el ángel retratado no es el Arcángel Gabriel?
La respuesta podría estar en la que quizá sea la obra maestra de Giotto: la Basílica de San Francisco, en Asís.