La historia de una joven secuestrada en una habitación, y su hijo, que nunca ha salido de ellaEs cierto lo que dicen por ahí que más vale saber lo menos posible sobre La habitación. No seré yo, por tanto, quien le destripe la película a nadie aunque eso me límite, por necesidad, a la hora de hablar de ella. Basada en una novela de Emma Donoghue (quien también adaptó su propia novela al cine), La habitación es una producción irlandesa que nos cuenta la historia de una joven que lleva siete años secuestrada en una reducida habitación en la que nació y ha estado criando a su hijo, Jack, que ahora tiene cinco años.
La película viene firmada por Lenny Abrahamson, un director de escueto currículum y cintas más o menos resultonas como Frank (2014), Garaje (2007) o Adam & Paul (2004) pero en cualquier caso, a años luz de la expectación generada por La habitación. El film, siendo una película pequeña y muy discreta se ha llevado un buen puñado de premios y nominaciones empezando por los propios Oscar cuyos galardones se habrán entregado cuando este texto vea la luz.
Nadie le puede negar a La habitación que sea una película conseguida. Es angustiosa, tierna, aterradora, emotiva y emocionante justo cuando debe serlo y sin resultar desmedida en ninguno de sus apartados. Es decir, no es lacrimógena ni vulgar en ningún caso.
Y eso que el film, tal cual está planteado, muy bien podría haber caído en la lágrima fácil sin embargo, y por fortuna, no es esto lo que depara una película como la de Abrahamson. Al contrario, La habitación es un título extraordinariamente complejo y al mismo tiempo, verdaderamente accesible sobre el amor maternal pero sobre todo, sobre la manera de ver, entender y aprehender el mundo.
Jack, es un niño de cinco años que ha pasado toda su vida dentro de una habitación y que cree que en la tele solo salen personas planas y que las montañas son demasiado grandes como para caber en este mundo. Se aprenden un par de lecciones sobre nuestra forma de mirar a las cosas viendo esta película, y son lecciones buenas porque a veces somos demasiado dependientes de cosas que no valen la pena.
Una vez Ortega y Gasset habló de los “ojos de extrañeza” de un niño. De esa capacidad que tienen los pequeños de sorprenderse ante todo ya sea un árbol, un riachuelo, un semáforo o una señal de tráfico. La habitación discurre por senderos parecidos porque la forma de ver, entender y enfrentarse al mundo anidan en su corazón.
Aun así, la película de Abrahamson es un montón de cosas más de las que más vale la pena no hablar porque siempre será mejor ir a verla y discurrir a propósito de lo presenciado.
En cualquier caso solo adelantar que La habitación se divide en dos partes bien diferenciadas y que aunque la primera ha sido la más aplaudida, a mí me da que la mejor es la segunda. A veces puede resultar muy fácil ser opresivo, otra cosa bien distinta y bastante más complicada es ser reflexivo. Y hasta aquí puedo leer.
Un consejo. No vean el tráiler.