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Deja cosas a los más necesitados: Ayuda “a ciegas”

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Max Lindenman - publicado el 27/02/16

Un bocadillo, un trozo de pizza,... pequeños pero oportunos regalos que parecerán salir de la nada, o como caídos del cielo

Hace un par de años, en un momento en que mi musa creativa eludía sus responsabilidades y me hacía plantearme si debería cambiar la escritura por una vocación menos frustrante, decidí salir a dar un paseo.

A no menos de un bloque, avisté una pila de libros descansando sobre el banco vacío de una parada de autobús.

Tras una breve inspección, uno de ellos resultó ser nada menos que El Hábito de ser, una recopilación de cartas en las que la escritora estadounidense Flannery O’Connor expresa su opinión sobre todo bajo el sol y, en especial, sobre la escritura.

Atribuí este repentino descubrimiento a la divina providencia, así que me llevé el libro a casa y dejé que me inspirara.

Si nos ponemos a buscar causas cosmológicas, de verdad que este fue un caso de divina providencia en acción, de Dios haciendo su labor a través de algún alma caritativa que de repente descubrió que en su casa tenía más libros que espacio.

Desde entonces, he tenido ocasión de percatarme de todo tipo de dádivas providenciales visibles a los ojos que sepan buscarlas: una caja de galletitas de Navidad sobre un pequeño muro de ladrillo al lado del campus; un par de zapatos poco usados alineados pulcramente sobre la acera…

Sin duda la ofrenda más extravagante fue una bolsita de plástico hermética con una buena cantidad de pechuga de pavo abandonada sobre una papelera, precisamente antes del fin de semana de Acción de Gracias.

Junto con el ayuno y la oración, la limosna y los gestos de caridad son uno de los pilares de la Cuaresma. Y a mi parecer, dejar pequeños paquetes de provisiones allí donde es probable que los necesitados lo encuentren no es en absoluto la peor forma de cumplir con este pilar.

Tal vez estas donaciones no sean muy fáciles de incluir en la declaración de la renta, pero al menos tendrás la garantía de ejercer tu rectitud de una forma más discreta.

De hecho, correrás el riesgo de que te confundan con una persona poco cívica dejando basura por la calle.

Pero lo que es mejor, al menos para la conciencia del donante, es que te da la oportunidad de hacer buen uso de un producto básico que otros no pueden sino desecharlo con vergüenza.

Estoy hablando del exceso de comida. Tal y como explica diligentemente el periodista Jonathan Bloom en AlterNet, los estadounidenses desperdician cerca de 270 kilos de comida al año; lo suficiente como para llenar un campo de fútbol.

Esta cantidad es el equivalente a un cuarto de kilo por persona, cada día. Sería fantástico si este exceso pudiera entregarse al banco de alimentos más cercano, simplemente, pero la mayoría de estas sobras viene en cantidades y condiciones impropias para su donación.

Asumámoslo, no hay mucho que hacer con un bocadillo a medio comer de Subway o los restos del paquete gigante de palomitas del cine, si no es dejarlos en algún lugar accesible para los que estén tan hambrientos y desesperados como para cogerlos.

Míralo desde el punto de vista de alguien que a veces rebusca en la basura por alimento: vislumbrar algunos de estos premios bien al descubierto en lugar de en un contenedor debe de ser como una segunda Navidad.

¿Porciones de pizza de hace dos o tres días? Un regalo del cielo. Según reconoció Dorothy Day cuando le dio un anillo de diamantes a una mendiga, incluso aquellos que viven la vie authentique fuera del sistema pueden soportar uno o dos caprichos burgueses.

Desde octubre de 2014, 71 ciudades en EE.UU. han aprobado o intentado aprobar leyes que restringen la distribución de comida a gran escala a personas sin techo, ya sea forzando a los potenciales distribuidores a obtener permisos para apertura de negocios en lugares públicos (un parque, por ejemplo), o bien regulando estrictamente el tipos de comida que podría distribuirse.

Mientras tanto, según una encuesta de 2013 elaborada por la Conferencia de Alcaldes de EE.UU. (USCM) y que cubría 25 ciudades, el 91% de las ciudades encuestadas informaron de un incremento de las visitas a bancos de alimentos y organizaciones de ayuda similar.

Es posible que las leyes de redistribución de alimentos hayan reducido el desorden producto de un enorme número de sin techo reunidos en un mismo lugar, pero no han hecho mucho por eliminar el hambre.

Si las pruebas anecdóticas sirven de algo, los sin techo y los hambrientos están respondiendo a su abandono abordando a los viandantes.

La ciudad de Phoenix ha aprobado leyes contra el aprovechamiento compartido de alimentos, pero a menos de 200 metros de mi casa en dirección al supermercado de la esquina, ya me enfrento al desgarrador desafío de varias súplicas por algo de dinero suelto.

Los  encuentros cara a cara, con un contacto visual completo y significativo, suenan emotivos al principio, pero la práctica puede resultar molesta o incluso aterradora.

Y, por supuesto, incluso la más valiente y generosa de las almas seguirá preguntándose qué comprará el dólar que ofrezca; ¿un bocadillo, como asegura el mendigo, o un litro de cerveza?

Al dejar la comida —o ropa o libros— al aire libre, el donante particular puede ser caritativo al mismo tiempo que protege su sensible y delicado corazón.

El beneficio último de la limosna “a ciegas” pertenece estrictamente al destinatario. Con el donante fuera de escena, estos pequeños pero oportunos regalos parecerán como salir de la nada, o como caídos del cielo, como maná celestial.

A la hora de agitar las conciencias sobre la causalidad divina y sobre la confianza en la providencia, aún queda mucho que decir sobre eliminar intermediarios.

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