“Encontré a Dios en el casino. Y desde entonces ha inundado mi vida con sus dones”El malabarista de Dios cuenta la conversión de Paul Ponce, malabarista argentino famoso en todo el mundo, una historia desconocida que describe la actualidad del matrimonio cristiano y comunica la paz generada por una vida dedicada por completo al lado de Dios.
“El mejor del mundo”
Ponce nació hace 44 años de dos artistas circenses y desde pequeño aprendió del papá los trucos del oficio que lo llevarían a la escena mediática a los 7 años: “El malabarista más joven del mundo”, aparecía en los titulares de los periódicos, y sólo dos años más tarde hay quien lo definió además como “el mejor del mundo”.
Joven trotamundos
El joven comenzó así a recorrer todos los continentes, era requerido en los teatros y salones más en voga, llegó a exhibirse incluso para la BBC y en el Palacio de Buckingham.
Ponce obtenía todo lo que deseaba, sobretodo acumuló novias que estaban repartidas por las capitales del planeta. Y, sin embargo, sentía dentro de él una gran carencia.
La conversión en el Caribe
Lo que él llama su “conversión” se llevó a cabo cuando tenía 21 años, durante un espectáculo en el casino de Nassau, en las Bahamas “que era el único lugar donde pasé muchos meses seguidos”.
Cuando fui a misa, pedí recibir el sacramento de la Confirmación (“sólo para no sentirme excluido”), pero mi pastor me pidió hacer un curso de catequesis con los jóvenes de 14-15 años (Regnum Christi, septiembre 2015).
“¿Qué es Dios para mí?”
“Empecé a hacerme preguntas muy serias que no me había hecho antes. Me pregunté: ¿por qué soy católico? ¿Qué significan para mí Dios y la Iglesia? […] Una parte de este proceso de conversión que no olvidaré me llevaba a la Iglesia a rezar y fijar mi mirada en el Crucifijo. Al mirarlo, me preguntaba: ‘¿Por qué tanto dolor y sufrimiento?’ […] Ahí comencé a ver que Dios había inundado mi vida con gracias y dones, y que estaba muy lejos de sentirme satisfecho porque no los había valorado”.
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La misión
Desde ese momento, sin embargo, todo cambió para el joven divo, hasta impulsarlo, en la cumbre del éxito, a abandonar la escena para irse un año de misiones con el Regnum Christi. Ahí descubrirá el secreto para obtener lo que siempre le había faltado: “Hacer la voluntad de Dios”.
“Más buscaba entender y aprender a hacer el bien a Dios y a los demás –subraya Paul– más experimentaba felicidad y satisfacción. […] Todo esto culminó cuando decidí dejar de trabajar en el mundo artístico durante un año entero para poder dedicar un año a la Iglesia como “colaborador” (misionero laico). Me dije que Dios había hecho mucho por mí, y quise intentar hacer algo por Él. […] Al finalizar el año, me di cuenta que había sido el más bello de mi vida, porque había aprendido dónde se encuentra la felicidad: en la búsqueda de Dios, y en el hacer bien a los demás”.
Un artista “renacido”
Ahora, dice el “malabarista”, “trabajo en el mundo artístico con un nuevo ideal: ver cómo puedo ser un instrumento de Dios para mis compañeros, no a causa de lo que puedo hacer por ellos, que sería inútil, sino más bien a causa de lo que Dios, siempre haciendo uso de instrumentos indignos, puede hacer por ellos”.
El malabarista dejó incluso de coleccionar novias y decidió consagrar a Dios a su futura esposa, la mujer que aún no conocía y que esperaba orando al Señor sin descanso. La encontró diez años después.