En los pobres que están a nuestro alrededor está Jesús, dice Francisco en la misa en Santa Marta
La fe verdadera es darse cuenta de los pobres que están a nuestro alrededor. Ahí está Jesús que llama a la puerta de nuestro corazón: es lo que dijo el papa en la misa de la mañana en la Casa Santa Marta del Vaticano.
Cristianos en una burbuja de vanidad
En el Evangelio del día, Jesús cuenta la parábola del hombre rico “que llevaba vestidos de púrpura y de lino fino y cada día se daba abundantes banquetes” y no se daba cuenta de que a su puerta estaba un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas.
El Papa invitó a hacerse esta pregunta: “¿Soy un cristiano sobre el camino de la mentira, sólo de palabra, o soy un cristiano sobre el camino de la vida, es decir, de las obras, del hacer?”.
Este hombre rico, de hecho, observó Francisco, “conocía los mandamientos, probablemente todos los sábados iba a la sinagoga y una vez al año al templo”. Tenía “una cierta religiosidad”.
“Pero era un hombre cerrado, encerrado en su pequeño mundo –el mundo de los banquetes, de los vestidos, de la vanidad, de los amigos– un hombre encerrado, precisamente en una burbuja, de vanidad”.
“No tenía la capacidad de mirar más allá, sólo su propio mundo -prosiguió en su homilía el Papa-. Y este hombre no se daba cuenta de lo que sucedía fuera de su mundo cerrado”.
“No pensaba por ejemplo en las necesidades de tanta gente o en la necesidad de compañía de los enfermos, sólo pensaba en él, en sus riquezas, en su buena vida: se daba a la buena vida”.
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El pobre es el Señor que llama a la puerta de nuestro corazón
Era, por lo tanto, un “religioso aparente”, “no conocía ninguna periferia, estaba completamente encerrado en sí mismo. Precisamente la periferia, que estaba cerca de la puerta de su casa, no la conocía”.
Recorría “el camino de la mentira”, porque “se fiaba sólo de sí mismo, de sus cosas, no se fiaba de Dios”, “un hombre que no ha dejado herencia, no ha dejado vida, porque sólo estaba encerrado en sí mismo”.
Y “es curioso” -subrayó Francisco– que “había perdido el nombre. El Evangelio no dice cómo se llamaba, sólo dice que era un hombre rico, y cuando tu nombre es sólo un adjetivo es porque has perdido, has perdido esencia, has perdido fuerza”:
“Este es rico, este es poderoso, este puede hacerlo todo, este es un sacerdote de carrera, un obispo de carrera… Cuántas veces nosotros… llamamos a la gente con adjetivos, no con nombres, porque no tienen esencia…”, constató.
“Pero yo me pregunto: ‘Dios que es Padre, ¿no tuvo misericordia de este hombre? ¿No tocó su corazón para moverlo?’”.
“Claro que sí, estaba a su puerta, estaba a la puerta, en la persona de aquel Lázaro, que sí tenía nombre”, afirmó el Papa.
“Y ese Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era el propio Señor que tocaba a la puerta, para que este hombre abriera el corazón y la misericordia pudiera entrar”.
“Pero no, él no veía, estaba simplemente cerrado: para él, más allá de la puerta no había nadie”.
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La gracia de ver a los pobres
Nos hará bien preguntarnos qué camino estamos recorriendo, dijo el Papa:
“’¿Yo estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira? ¿Cuántas cerraduras tengo en mi corazón aún? ¿Dónde está mi alegría: en el hacer o en el decir? ¿En el salir de mí mismo para ir a encontrar a los demás, para ayudar? (¡Las obras de misericordia, eh!) ¿O mi alegría es tener todo organizado, encerrado en mí mismo?”.
“Pidamos al Señor, mientras pensamos en esto, sobre nuestra vida -concluyó-, la gracia de ver siempre a los Lázaros que están a nuestra puerta, los Lázaros que tocan el corazón”.
“Y salir de nosotros mismos con generosidad, con actitud de misericordia, ¡para que la misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón””.