Se oye a menudo hablar de milagros a militares en la guerra. La presencia de san Miguel ha sido determinante en más de un caso.
Este es quizá el más emblemático: la historia de Miguel, narrada en una carta que él mismo escribió a su madre, y recogida en el libro Contacto con los ángeles custodios (Sugarco Edizioni), de Marcello Stanzione.
Antes de partir hacia Corea, escribió el joven a la madre:
"Un día me encontraba con mi patrulla de reconocimiento en primera línea. Habíamos explorado la zona para localizar guerrilleros norcoreanos”.
Ese extraño compañero
Durante la inspección, Miguel se encontró junto a un miembro de la patrulla que no conocía. Se llamaba Miguel, como él.
"¡Miguel!", lo llamé alarmado. De repente sentí su mano en mi brazo, y su voz era cálida y fuerte. "Pronto dejará de nevar". Su profecía se llevó a cabo. En pocos minutos dejó de nevar. Salió el sol, que tenía el aspecto de un gran disco luminoso".
Sumergidos en la nieve
Miguel se dio la vuelta para ver al resto de la patrulla. No había nadie.
"¡A tierra, Miguel!", grité tirándome sobre la tierra helada. "Oí los fusiles disparar al mismo tiempo bajo mando".
El tiroteo
Y, sin embargo, aquel hombre permanecía derecho y no había sido traspasado por las balas.
Aquí no hay ningún Miguel
Miguel les contó a sus compañeros del enemigo con el que se había topado junto a su compañero de patrulla.
"¿Dónde está Miguel?", preguntó. Se miraron atónitos. "¿Dónde está quién?", preguntó uno de ellos. "Miguel, Miguel… el gran soldado, con el que estuve poco antes de la tormenta de nieve".
"Muchacho mío –dijo el suboficial– no estuviste con nadie. No te perdí de vista ni siquiera un momento. Te aventuraste demasiado adelante. Estaba por llamarte cuando desapareciste en la tormenta de nieve".