Cuando no sientas ese fuego del principio y tengas incertidumbre, elévateJesús oraba mucho, oraba siempre en medio de su vida cotidiana. En medio de los suyos. Se retiraba y volvía a su día a día. A su entrega de amor.
Pero hay momentos más marcados en los que los evangelistas nos dejan asomarnos tímidamente a su oración. Era su roca.
Después de orar Jesús en el Jordán, recibió la voz del Padre y esa voz le dio fuerzas para empezar su misión. Después de orar en el Tabor, cuando acaba de contarles a sus amigos que iba a padecer mucho, les hace ver a Dios. Y después de la oración de Getsemaní, Jesús recibió paz en el alma para vivir la pasión.
Mientras Jesús ora, se abre el cielo en el Jordán y en el Tabor, para recibir la voz de amor, la luz, la fuerza para comenzar un camino, o para continuarlo.
A veces en medio del camino necesitamos un momento así para recordar y enamorarnos de nuevo. Para volver con pasión a lo que hacemos. Para volver a entregar la vida y repetir el sí primero. Para estar con Dios y con los que amamos. Y tocar el cielo en la tierra.
En Getsemaní, mientras Jesús oraba, también se abrió el cielo conmovido ante tanto dolor y tanto amor, y un ángel lo consoló mientras los apóstoles, igual que en el Tabor, dormían.
Mientras Jesús ora, el resto oye y ve la luz de Dios. Mientras Jesús ora, el cielo se abre. Mientras Jesús ora, recibe el consuelo, y el amor tierno y de predilección de su Padre.
Mientras yo oro, también ahora en mi vida se abre el cielo y recibo al inicio de cada camino que tomo, la voz de Dios que me dice cuánto me ama, tanto, que no se puede medir, ni contar.
Y en medio de cada camino, en mi vida más rutinaria, cuando estoy cansado y me olvido de para qué comencé algo, viene la paz de ese momento de oración. Esos días en los que las dificultades me pesan y tengo miedo. Cuando no siento ese fuego del principio y tengo incertidumbre. Entonces “subo al monte”.
Necesito subir a orar al monte, con Jesús, de su mano, y pedirle que me muestre de nuevo la luz por la que camino, la razón por la que lucho, el sentido de mi vida. Quiero que me abra el cielo para oír su voz, eligiéndome.
Y recordar así quién soy yo. Soy hijo, soy amado. Recordar que no voy solo por el camino. Mientras oro, también se abre el corazón de Dios, no sólo para mí, sino para los más cercanos. Y me hago más hondo, me transforma su amor, me hace de nuevo.