Análisis de su presencia con las etnias del Sureste de México y de CentroaméricaLa presencia del Papa en San Cristóbal de las Casas y, en particular, su misa con representantes de las etnias del Sureste de México y de Centroamérica tiene un acento diferente del que hay en otras presentaciones del Papa en esta visita. No en lo fundamental: el Papa viene a presentarnos otro aspecto de la Misericordia, en este caso el del reconocimiento de las faltas y sanar al que ofendimos.
El trato con las etnias nunca ha sido fácil en nuestro país. La integración de nuestro País a través de una conquista militar y una colonización por una potencia mundial, crea tensiones que ya duran siglos y tienen consecuencias. En Chiapas, en particular, la integración de las etnias y el mestizaje no fueron tan amplios como en el resto del país.
La guerra de las castas, donde los mayas se levantaron contra los mestizos en Yucatán, tuvo efectos también entre los mayas de Chiapas. Una guerra de finales del siglo XIX, que duró más de 50 años y que generó aún más represión contra los “indígenas levantiscos”.
Esa situación se expresó en distintos modos. La discriminación racial. La educación exclusiva en español que llevaba a entender mal su cultura y su modo de pensar. La idea de que blancos y mestizos eran “gente de razón” y, por consecuencia, los demás no lo eran. Cosas que no solo ocurrieron en Chiapas, pero que ahí se agudizaron.
En Chiapas, por otro lado, el apoyo a los indígenas ha sido una de las tareas de la Iglesia local. Desde Cristóbal de las Casas, defensor de los indígenas quien sostuvo el concepto más fundamental: que el indígena tiene un alma inmortal, tema que algunos negaban. Pasando por el tema de la erupción del volcán el Chichonal, donde los obispos influyeron en forma importante para que no se desmembraran las comunidades indígenas afectadas. Hasta los esfuerzos que continúan por el clero secular, el regular y muy diversas organizaciones católicas para apoyarlos, sin olvidar la mediación que se llevó a cabo durante el levantamiento del 1994 y muchos temas más.
El tema fundamental es la inculturación de la fe cristiana en estas etnias. Un tema en que, más que en conceptos, el Papa ha apoyado a través de símbolos. Iniciar la misa con un salmo en totzil. Las citas del Popol Vuh. Lecturas en las lenguas locales. El reconocimiento de su sufrimiento, parecido al del pueblo Judío en Egipto, el daño que se les ha hecho al despojarlos de sus tierras y darles pagos injustos por su trabajo. Y reconocer que, si se hace un serio examen de conciencia, hay que pedirles perdón.
Pero, el centro de la inculturación es más profundo. Cuando el Cristianismo se inculturó en la cultura greco latina, no negó esa cultura. La asumió, aceptó sus valores legítimos y se enriqueció con ellos. Casi mil años después, cuando los santos Cirilo y Metodio inculturaron el catolicismo con la cultura eslava, no la negaron, sino que la asumieron.
Eso es lo que hace falta con las culturas indígenas de México. No se trata de castellanizarlos o mexicanizarlos. Hay que entender su cultura. ¿Sabemos algo de la cultura de los totziles, tetsales, tojolabales o, si a esas vamos, la de los seris o de los raramuri? ¿Nos interesamos siquiera en ellas? Por el hecho de ser pobres, con escasa educación formal, no nos parece que tengan algo en su cultura que pueda enriquecernos. Suponemos que les daremos algo superior a lo que tienen. Y no nos preocupa entender cómo son sus estructuras de valores, su estética, su música, sus costumbres.
Dijo el Papa que podemos aprender de ellos el modo como se relacionan con la tierra, como la respetan y la cuidan. ¿Será eso lo único que podemos aprender? Y ya que estamos en eso, ¿tenemos claro cuáles de nuestros rasgos culturales les puedan hacer daño y, de hecho, nos hacen daño a nosotros mismos? Sí, no basta con pedir perdón. Hay mucho más por hacer.