¡Haz desierto!Tantas veces he mirado a Jesús en el desierto y sólo me he fijado en que fue tentado. Pero fue para Él un tiempo de Dios, un tiempo de encuentro con el amor de Dios. Pudo tocar a su Padre en la soledad. En ese cielo que no termina. En el desierto ancho e infinito. El horizonte no se ve.
Jesús se replegó sobre sí mismo para tocar lo más hondo de su ser. Para interiorizar esa voz del Jordán que le dijo que era el Hijo amado. Sólo así fue posible después dar su vida, dejarse el alma en los caminos.
Pienso que nuestra vida tiene que estar llena de este movimiento de ir hacia lo hondo y salir hacia fuera. De cavar en lo profundo del alma y salir a amar a los hombres. De desierto y de camino. De Anunciación y de visitación a su prima Isabel como hizo María.
Pienso que tenemos que tener en la vida un tiempo largo de desierto cada año, cada mes, incluso cada día. Son momentos cortos para mirar hondo. ¿Quién soy yo? ¿Cuál es la voz personal y única de Dios en mi vida? ¿Cuál es mi misión? ¿Cuál es mi tentación principal? ¿La conozco?
El desierto es ese lugar del alma en el que de repente soy quien realmente soy, sin disfraces de carnaval. Con ese tesoro que me hace valioso, con mi fragilidad y mis heridas que me hacen reconocible. A veces en la vida las tapo y sigo caminando. Sin preguntarme qué siento, a dónde voy, dónde estoy.