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En Cuaresma, una mirada protestante a los primeros cristianos

Cendres

Corinne SIMON/CIRIC

Agnes R. Howard - publicado el 11/02/16

La mejor forma para renovar el arrepentimiento y la fe es hacerlo juntos

Al empezar la Cuaresma, se me vienen a la memoria recuerdos de un brunch que tuve hace algunos años. Algunos de los presentes nos dábamos un festín en la mesa, pero había una mujer que se mantenía visiblemente comedida. Entre sorbo y sorbo de agua helada, nos explicó que estaba ayunando.

Las dietas de “purificación” no estaban de moda por aquel entonces, ni ella estaba intentando perder peso o eliminar toxinas; únicamente estaba ayunando, por razones completamente personales y privadas, así de simple.

No reveló la intención de su particular ayuno, pero sí tuvo mucho éxito chafándonos el jolgorio en torno al brunch.

Hay muchos motivos y muy buenos que pueden justificar el ayuno personal, pero una gran característica de la Cuaresma es la reunión de las personas de Dios para compartir una estación de penitencia y así prepararse para celebrar la resurrección.

La Pascua requiere preparación en grupo. Los banquetes pascuales no deberían ser un asunto privado, y tampoco la penitencia cuaresmal.

La idea de pasar un periodo de penitencia comunal no es extraña para los protestantes.

Los primeros pobladores de Nueva Inglaterra, a los que se les conoció como puritanos, declaraban asiduamente días de ayuno o de banquete públicos, y eran por desgracia conocidos por preparar más del primer tipo.

No obstante, el carácter ocasional de estos ayunos y lo que se hacía durante ellos los diferenciaba rápidamente de lo que se supone que evoca la Cuaresma.

Para ellos, programar sus propios banquetes y ayunos era una forma de reconocer su culpa ante las disposiciones especiales de Dios o los juicios particulares de la comunidad.

Preparar los banquetes y ayunos en el calendario anual presagiaba dos grandes errores: convertir las sinceras oraciones en algo meramente repetitivo, y atosigar la conciencia con un ritual que es más bien invención humana que resolución divina.

Los protestantes no son en absoluto ajenos a los hábitos de la Cuaresma: lamentarse por los pecados, dar limosnas, amar al prójimo, ofrecer el perdón, dejar a un lado las diversiones preferidas para poder centrarse en cuerpo y alma en Dios…

Los protestantes ya hacen estas cosas. Pero algunos consideran que es preocupante que se elaboren normas al respecto. Después de todo, el rechazo a la Cuaresma estaba notablemente presente al comienzo de la Reforma en Suiza.

En 1522, Ulrico Zwinglio defendió a un grupo de cristianos de Zurich por comer de forma ostentosa salchichas durante la Cuaresma. Los argumentos centrales de Zwinglio aún tienen un profundo eco en el protestantismo: la Cuaresma no aparece en las Escrituras, así que los cristianos no deberían estar obligados a observar su cumplimiento.

Si los cristianos quieren ayunar, pues bien, pero sólo si es por elección propia.

Pero el hecho de dejar la Cuaresma como algo opcional puede presentar algunos problemas.

Con el foco en el cuidado por no parecer estar exigiendo nada parecido al ayuno, algunos llamamientos protestantes a la Cuaresma dejan demasiado margen a la decisión independiente. Esto desvía la atención de la preparación comunitaria.

El ayuno, por ejemplo, se convierte en “ayuno” de aparatos electrónicos o de ver el deporte o de entrar en Facebook o de cotillear o de comprar zapatos.

Por descontado que estas prácticas pueden ser una excelente opción personal para la Cuaresma e incluso más allá, pero es mucho mejor cuando dejamos que el ayuno sea eso, ayuno, y nada más.

La comida y la bebida son fundamentales para la vida, así que la abstención comunitaria —nada de carne, al menos los viernes, y saltarse algunas comidas otros días— es un buen comienzo, que también nos pone en contacto con la humildad y la caridad.

Desgraciadamente, es muy fácil redirigir el ayuno de muchos de equivocadas maneras, como cambiar los viernes el chuletón por la langosta, hincharse de santurronería sobre la escrupulosidad de la dieta o seguir las normas de la Iglesia sólo para conseguir perder algo de peso. Pero bueno, al menos esto no rechaza el ayuno en sí.

Algunos protestantes, como los luteranos, los anglicanos y los episcopales, hace mucho que mantienen la Cuaresma. A mí me parece que es lo correcto.

El Libro de Oración Común ofrece una explicación bastante apropiada sobre por qué deberíamos aceptar la Cuaresma: “Los primeros cristianos observaron con gran devoción los días de la pasión y resurrección de nuestro Señor, y se hizo costumbre en la Iglesia prepararse para ellos por medio de una estación de penitencia y ayuno”.

Aparezca o no la Cuaresma en las Escrituras, ser partícipes de ella nos pone en contacto con los hábitos de la Iglesia.

El Libro de Oración recuerda cómo esta estación prepara a los conversos para el bautismo y ayuda a los pecadores con la reconciliación, de forma que “se recordaba a toda la congregación el mensaje de perdón y absolución proclamado en el Evangelio de nuestro Salvador, y la necesidad constante de todo cristiano de renovar su arrepentimiento y su fe”.

La mejor forma en que la congregación puede renovar su arrepentimiento y su fe es haciéndolo juntos.

Por esta razón, espero responder afirmativamente a la invitación del Libro de Oración a que observemos “una santa Cuaresma, mediante el examen de conciencia y el arrepentimiento; por la oración, el ayuno y la autonegación; y por la lectura y meditación de la santa Palabra de Dios”.

Todo eso. Juntos.

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