Un joven enfermo de alcohol no se cura sin apoyo afectivo, sin el cariño y la paciencia de quienes conviven con élSoy José, a los quince años comencé a beber. Al igual que tantos jóvenes caí en la trampa que mitifica el alcohol considerándolo una “substancia amiga” que anima, relaja, divierte, libera, resuelve. Contábamos además con la tolerancia social y legal que promueve la cruel idea de que el alcohol es inofensivo, que no daña la salud y no es una droga.
Actualmente aun puedo ver los anuncios panorámicos con imágenes de jóvenes plenos y felices. Anuncios imposibles de no ver, que seducen con palabras fuertemente sugestivas sobre bebidas de alta graduación como el ron, whisky, ginebra, tequila, vodka, etc. Que desde entonces ya nos prometían el llegar a ser viviendo a base de sensaciones “placenteras y legítimas” que solo podían proceder de tales productos. Palabras acuñadas en slogan como: “el coñac X es cosa de hombres”; “el whisky Y es para gente sin complejos”. Palabras muy intencionadas que calaban en nuestra mentalidad adolescente.
El “viernes social” era ocasión para mí y mis amigos de ingestas de alcohol en cantidades cada vez mayores, disponíamos de dinero y vehículos provistos por nuestros padres que creían estar dándonos la oportunidad de divertirnos, en lo que consideraban “propio de nuestra edad”.
Pensaban que bebíamos para simplemente convivir como lo hacían ellos, pero no era así, nosotros lo hacíamos para embriagarnos sin límites, abriéndose ante nosotros un abismo insondable sin siquiera darnos cuenta. Algunos de mis amigos reaccionaron y dejaron de beber después de un accidente, una congestión etílica o una crisis. No fue mi caso, lamentablemente yo continué.
Comencé así una carrera en la que bien podía haber ganado premios por las empresas multinacionales que se enriquecen promoviendo el vicio. Pasé de bebedor inmoderado a bebedor límite o en riesgo, después a bebedor excesivo hasta terminar como bebedor abusivo y descontrolado. Más de una vez termine en urgencias de algún hospital de seguridad social atendido por congestión alcohólica.
En un principio mis padres no aceptaron mi adicción, poniéndose una venda en los ojos, luego intentaron taparla haciendo mi trabajo, pagando mis cuentas, etc. Finalmente, desesperado mi padre reaccionó culpándome con reprimendas, insultos y castigos; eso fue como soplar en una hoguera que se mantenía viva y se hacía cada vez mayor, pues consideraba que el castigo pagaba mis errores y podía seguir bebiendo, o también, como represalia bebiendo aún más, para según yo, castigar a mis padres.
El alcohol marco mi tiempo, mi espacio y mi voluntad durante los diez años siguientes sin poder terminar estudios, trabajar, casarme. Un tiempo en el que he mentido y pedido dinero prestado a propios y extraños para poder beber. Al no disponer de dinero, una noche llegue a beber alcohol de noventa grados, conseguí aplacar el ansia, pero la sensación de quemazón no me la pude quitar de mi garganta, ni de mi interior.
Entre en una espiral de inseguridad; culpabilidad; baja autoestima; falta de voluntad; angustia; depresión. Llegue a pensar en el suicidio, había tocado fondo.
Quise superarlo, encontrarme conmigo mismo, rescatar mi vida aún joven; necesitaba sentirme escuchado, comprendido, apoyado, aceptado, pues seguía bebiendo porque lo necesitaba, dependía del alcohol, por ello estoy enfermo.
Si en algún momento, cuando era adolescente, alguien me hubiera dicho que iría por mi propio pie hacia la sede de Alcohólicos Anónimos para reconocer ante treinta alcohólicos que yo también lo era, me habría reído a carcajadas. Afortunadamente lo he hecho, tengo una nueva esperanza de vida, debo perseverar, me he desintoxicado y estoy ahora en etapa de rehabilitación.
Una importante actitud ante el posible problema de alcoholismo juvenil.
Un padre necesita saber si ese hijo que bebe, es o no es un alcohólico. Al servicio de esta necesidad, la Asociación Alcohólicos Anónimos ha elaborado un folleto de divulgación que contiene una serie de preguntas para detectar los problemas con la bebida en los jóvenes.
A continuación transcribo un resumen del mismo.
- ¿Bebes porque tienes problemas? (recurrir a la bebida huyendo de dificultades es un síntoma de adicción).
- ¿Bebes cuando te enojas con otros? (tiene el mismo significado que la cuestión anterior).
- ¿Prefieres beber a solas en lugar de hacerlo con otras personas? (en el camino a la adicción se suele empezar a beber en compañía, y se termina bebiendo a solas, para ocultar esa debilidad).
- ¿Empiezas a bajar en tus calificaciones, o eres chapucero en el trabajo? (el bajo rendimiento académico o laboral de un joven puede ser un síntoma de dependencia de la bebida).
- ¿Has intentado beber menos y has fracasado?
- ¿Bebes por la mañana, antes de ir a clases o al trabajo? (beber para funcionar es uno de los peores síntomas).
- ¿Bebes de golpe? (significa que se es un bebedor compulsivo, que busca efecto rápido en la bebida. Las primeras copas son tragadas más que bebidas).
- ¿Pierdes la memoria con frecuencia? (el consumo excesivo de alcohol ocasiona lagunas mentales y olvidos).
- ¿Mientes acerca de tu forma de beber?
- ¿Te sueles meter en problemas cuando bebes? (las borracheras habituales suelen ir seguidas de peleas y enfrentamientos callejeros).
En el tratamiento de una adicción al alcohol, hay una serie de pasos que, como padre, te interesa conocer si quieres colaborar mejor con tu hijo y con los especialistas en el tema. Los cuatro primeros se refieren a un cambio de actitud. Del adicto se espera lo siguiente:
1.- Reconocer ante los demás que tiene un problema. Tiene que admitir que ha sido derrotado por el alcohol.
2.- Tomar la decisión de cambiar. Debe querer salir de la situación en la que se encuentra.
3.- Pedir ayuda (a su familia, a sus amigos o a servicios especializados).
4.- Comprometerse a seguir un plan de curación y rehabilitación.
En segundo lugar viene la desintoxicación del paciente. Supone la supresión total del alcohol. Requiere el ingreso en un hospital que trate a este tipo de enfermos.
A continuación se desarrolla el proceso de deshabituación y rehabilitación del paciente. Se pretende crear aversión hacia el alcohol y reforzar la personalidad. También despertar la ilusión y la esperanza de salir de la situación y de perseverar. Esto se consigue tanto con la psicoterapia, como con fármacos y reconstituyentes
Un joven enfermo de alcohol no se cura sin apoyo afectivo, sin el cariño y la paciencia de quienes conviven con él. La mejor medicina es el afecto. Por eso, la familia es el ámbito más adecuado para ayudarlo. Naturalmente, la familia no es autosuficiente, sobre todo en los casos en que se necesita un proceso de desintoxicación primero y de rehabilitación después.
Es importante una labor de los padres desmitificando el alcohol, platicándolo con los hijos, haciéndoles ver todo el daño que produce. Es mejor llegar antes.
Por Orfa Astorga de Lira, Orientadora familiar, Máster en matrimonio y familia por la Universidad de Navarra
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