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Cómo escuchar al Papa Francisco

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Mons. Mario De Gasperín Gasperín - publicado el 05/02/16

No va con los políticos, ni va con los llamados intelectuales, ni va con los empresarios, ni va con los banqueros, sino con el pueblo sencillo

Lo que nos diga el Papa Francisco será de importancia capital para nosotros los católicos. Habrá que aguzar los oídos para captar su sentido, meterlo en el corazón y traducirlo en acciones. Si no es así, será inútil su venida. Porque el Papa no viene a lucirse, ni a complacer a nadie, sino a ayudarnos a todos a ser mejores. Así de sencillo.

Los comunicadores saben -y ojalá nosotros también-, que entre el emisor del mensaje y el receptor suelen meterse ciertos ruidos que oscurecen los contenidos y entorpecen los sentidos, para hacer que el mensaje llegue diluido y hasta deformado. En esto son maestros los profesionistas de los medios de comunicación. Basta pensar que todos sirven a intereses particulares, a los patrocinadores que pagan, y a los dueños del poder, que les permiten trabajar. No hay mensaje que llegue limpio de polvo y paja a su hogar, esté usted seguro.

La variedad de los medios alivia un poco el problema si somos capaces de seleccionar las mejores opciones. Ojalá escojamos a los relatores cualificados, conocedores de la doctrina católica y gente de fe y vida cristiana. Porque recibir mensajes distorsionados es lo cotidiano, cuando de noticias religiosas se trata. Por malicia o por ignorancia. Infórmese y verá que de la nota religiosa, menos si es católica, nadie espera obtener de su director las ocho columnas.

Otra cosa que hay que tener presente es que el Papa Francisco habla no sólo con las palabras sino también, y quizá principalmente, con gestos. Con las acciones. Un abrazo caluroso a un hermano discapacitado, la visita a la cárcel o a la frontera, dicen más que largos discursos o exhortaciones. Pero se necesita quien los entienda o quiera entenderlos. La realidad –nos ha enseñado–, está sobre la idea. El Papa es hombre de ideas, pero más de acciones. Es preciso que descubramos el sentido de sus gestos, comenzando por los lugares que va a visitar.

No va con los políticos, ni va con los llamados intelectuales, ni va con los empresarios, ni va con los banqueros, sino con el pueblo sencillo, creyente, sacrificado, peregrino, lastimado, violentado, que se confiesa pecador y hace penitencia, que reza el padrenuestros y visita a la Guadalupana. El Papa viene a ver y animar al pueblo católico creyente, al que no se avergüenza de su fe y que ha sufrido, padecido y sigue padeciendo por ella. Sabe que allí está la esperanza de México porque allí sufre Dios.

Es imposible imaginarse cómo la gente de salón, de grandes escenarios, de cenas en restaurantes de lujo, acostumbrados a los títulos y a las zalamerías de súbditos y admiradores, puede comprender el mensaje del “hijo de José” en la sinagoga de Nazaret, y verlo ahora no sólo predicando sino presente en el Sucesor de Pedro, que se autonombró como el proverello de Asís, Francisco.

Pero hay tres elementos que están en favor del pueblo sencillo y creyente, que nos vuelven optimistas: Que el Papa Francisco conoce bien ese medio manipulador y artificioso que suelen crear los medios, y que tiene la sabiduría y astucia necesarias para superarlos. Segundo, que el pueblo que buscará escucharlo es de fe sencilla, pero tiene la intuición y sabiduría natural que le viene del contacto diario con la vida real, no con la artificial de los especuladores o engañadores de oficio. Sabe quién le habla con la verdad. Y, en todo esto, está la acción del Espíritu Santo que da al creyente la sabiduría espiritual capaz de distinguir el trigo de la cizaña. Hay esperanza.

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