La próxima visita del Papa Francisco a México ha suscitado un sinnúmero de reflexiones en los medios de comunicación: ¿conoce realmente la situación que vive México? ¿hablará sobre derechos humanos? ¿recibirá a los padres de los 43 estudiantes desaparecidos? ¿visitará realmente la tumba de Mons. Samuel Ruiz en San Cristóbal de las Casas?
Estas y otras preguntas flotan en la atmósfera previa a la visita. Preguntas legítimas sin duda alguna. México se encuentra en uno de los momentos más complejos de su historia: los pobres aumentan en número, la democracia no logra rebasar su momento puramente electoral, el número de muertos causados por el crimen organizado se incrementa día a día y la corrupción campea en los diversos órdenes de gobierno – desde los más modestos hasta los más altos -. Sin embargo, con toda la importancia que revisten estos asuntos el Papa Francisco se acerca a México con un diagnóstico más profundo y radical. México está siendo probado en su adhesión, en su seguimiento, en su fidelidad.
En efecto, una de los primeras palabras de San Juan Pablo II nos regaló durante su primer viaje a México en 1979 fue una meditación sobre la fidelidad. De ahí surgió el clamor popular “¡México siempre fiel!”. Treinta y siete años después la fidelidad se vuelve el gran desafío. ¿De qué fidelidad se trata?
Más que una suerte de persistente coherencia moral – siempre deseable – la fidelidad tal y como la concibe Francisco es una adhesión afectiva y efectiva con Jesús, presencia viva y misericordiosa. Esta afirmación que podría sonar a “lugar común” o a retórica intraeclesiástica no es ninguna dulcificación del evangelio. Al contrario, es una invitación a colocar el corazón en lo esencial, es una invitación a colaborar con la reforma de la Iglesia.
La reforma que hoy plantea Francisco para la Iglesia tiene un aspecto estructural – la reforma de la Curia romana -. Tiene un nivel más profundo en el ámbito pastoral – la necesidad de convertirnos en discípulos misioneros llamados a evangelizar las periferias -. Sin embargo, el corazón y la raíz de la reforma que hoy necesita la Iglesia – incluida la Iglesia en México – es redescubrir existencialmente la misericordia de Dios.
Nada cuestiona más a los sectores conservadores y a los liberales que el anuncio que Francisco hace de la misericordia y el perdón que Jesucristo ofrece para todos. El es un gran reformador. No está dispuesto a detenerse en este propósito. Y viene a México anunciar que la reforma también es posible aquí.
Doctor en Filosofía por la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein; miembro del Consejo Pontificio Justicia y Paz, de la Academia Pontificia pro Vita y del Equipo de Reflexión Teológica del CELAM; Profesor-investigador en el Centro de Investigación Social Avanzada. Página web: www.cisav.mx E-mail: rodrigo.guerra@cisav.org